caca

Páginas: 9 (2130 palabras) Publicado: 24 de noviembre de 2013



El niño con el pijama de rayas

La casa nueva

Cuando  vio  su  casa  nueva  por  primera  vez,  Bruno  abrió  los  ojos  desmesuradamente,  sus labios formaron una O y los brazos se le extendieron hacia los lados. Era todo lo contrario de su antigua casa y no podía creer que de verdad fueran a vivir allí. 
La casa de Berlín estaba en una calle tranquila donde había otras tambiénmuy grandes, y  le  gustaba  contemplarlas  porque  eran  casi  iguales  a  la  suya,  aunque  no  idénticas,  y en ellas  vivían  otros  niños  con  los  que  Bruno  jugaba  (si  eran  amigos)  o  a  los  que  no  se acercaba (si eran rivales). La nueva, en cambio, estaba aislada, en un sitio vacío y desolado, y  no  había  ninguna  otra  casa  cerca,  lo  que  significaba  que  no  habría  otras familias  en  el vecindario ni otros niños con los que jugar, ni amigos ni rivales. 
La  casa  de  Berlín  era  enorme,  y  pese  a  que  Bruno  había  vivido  nueve  años  en  ella, todavía encontraba rincones y recovecos que no había explorado a fondo.  Incluso había habitaciones enteras —como el despacho de Padre, donde estaba Prohibido
Entrar Bajo Ningún Concepto y Sin Excepciones— en lasque apenas había curioseado. Sin embargo,  la  casa  nueva  sólo  tenía  dos  plantas:  un  piso  superior  donde  estaban  los  tres dormitorios y el único cuarto de baño, y una planta baja donde se encontraban la cocina, el comedor   y   el   nuevo   despacho   de   Padre   (sujeto,   presumiblemente,   a   las   mismas restricciones que el antiguo). También había un sótano, donde dormía elservicio. 
Alrededor  de  la  de  Berlín  había  otras  calles  con  grandes  casas,  y  cuando  caminabas hacia el centro de la ciudad siempre encontrabas personas que paseaban y se paraban para charlar un momento, y personas que pasaban con prisa y decían que no tenían tiempo de pararse, aquel día no, porque aquel día tenían un montón de cosas que hacer. Había tiendas con  llamativos  escaparates y  puestos  de  fruta  y  verdura  con  enormes  bandejas  de  coles, zanahorias,  coliflores  y  mazorcas  de  maíz.  En  algunos  apenas  cabían  los  puerros, champiñones,  nabos  y  coles  de  Bruselas;  había  otros  con  lechugas,  judías  verdes, calabacines y chirivías. A veces Bruno se plantaba delante de aquellos puestos, cerraba los ojos  y  aspiraba  sus  aromas;  la  dulce  mezcla de  efluvios  de  toda  aquella  materia  viva  le producía un ligero mareo. Pero alrededor de la casa nueva no había otras calles, ni nadie paseando tranquilamente ni caminando con prisa, y por supuesto, tampoco ninguna tienda ni puestos de fruta y verdura. Cuando cerraba los ojos, sólo notaba vacío y frío alrededor, como si se hallara en el lugar más solitario del planeta. Era como el fondo de lanada. 
En Berlín la gente sacaba mesas a la calle, y a veces, cuando Bruno volvía caminando de  la  escuela  con  Karl,  Daniel  y  Martin,  había  hombres  y  mujeres  sentados  a  aquellas mesas,  tomando  bebidas  espumosas  y  riendo  a  carcajadas;  la  gente  que  se  sentaba  a aquellas mesas debía de ser muy graciosa, pensaba él, porque dijeran lo que dijesen siempre había alguien quese reía. Sin embargo, la casa nueva tenía algo que hizo pensar a Bruno que allí nunca se reía nadie; que no había nada de qué reírse y nada de qué alegrarse. 
—Me  parece  que  nos  hemos  equivocado  —opinó  Bruno  unas  horas  después  de  su
llegada,  mientras  Maria  deshacía  las  maletas  en  el  piso  de  arriba.  (María  no  era  la  única criada en la casa nueva: había otras tres queestaban muy flacas y casi nunca hablaban entre ellas, salvo esporádicos susurros. También había un anciano que, según dijeron a Bruno, se encargaría de preparar las hortalizas todos los días y servirles la comida en el comedor, y que parecía muy desdichado y un poco malhumorado.) 
—A  nosotros  no  nos  corresponde  pensar  —dijo  Madre  mientras  abría  una  caja  que contenía un juego de...
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