Caca

Páginas: 112 (27976 palabras) Publicado: 18 de octubre de 2012
THOMAS
MANN

LA MUERTE EN
VENECIA
LAS TABLAS DE LA LEY
PLAZA&JANES,S.A.






Títulos originales:
Der Tod im Venedig
Die gesetzestafeln Mose
Traducciones de
Martín Rivas
Raúl Schiaffino
Diseño de la colección y portada de Jordi Sánchez
Primera edición en esta colección: Octubre, 1982
© Editorial Planeta, 1966 Editado por PLAZA&JANES S.A., EditoresVirgen de Guadalupe, 21 – 33
Esplugues de Llobregat (Barcelona)

Printed in Spain — Impreso en España ISBN: 84-01-42112-8 — Depósito Legal: B. 33.996-1982
(ISBN: 84-320-6352-5.
Publicado anteriormente por
Editorial Planeta)
Graficas Guada, S. A. – Virgen de
Guadalupe, 33

Esplugues de Llobregat
(Barcelona)

















LA MUERTE ENVENECIA










Von Aschenbach, nombre oficial de Gusta-vo Aschenbach a partir de la celebración de su cincuentenario, salió de su casa de la calle
del Príncipe Regente, en Munich, para dar un largo paseo solitario, una tarde primaveral del año 19... La primavera no se había mostrado agradable. Sobreexcitado por el difícil y es-forzado trabajo de la mañana, que le exigía ex-tremapreocupación, penetración y escrúpulo de su voluntad, el escritor no había podido de-tener, después de la comida, la vibración inter-na del impulso creador, de aquel motus animi continuus en que consiste, según Cicerón, la raíz de la elocuencia. Tampoco había logrado conciliar el sueño reparador, que le iba siendo cada día más necesario, a medida que sus fuer-zas se gastaban. Por eso, después del té,había salido, con la esperanza de que el aire y el mo-vimiento lo restaurasen, dándole fuerzas para trabajar luego con fruto.
Principiaba mayo, y, tras unas semanas de frío y humedad, había llegado un verano pre-maturo. El «Englischer Garten» tenía la clari-dad de un día de agosto, a pesar de que los ár-boles apenas estaban vestidos de hojas. Las cercanías de la ciudad se inundaban de pasean-tes y carruajes. En Anmeister, adonde había llegado por senderos cada vez más solitarios, se detuvo un instante para contemplar la ani-mación popular de los merenderos, ante los cua-les habían parado algunos coches. Desde allí, y cuando el sol comenzaba ya a ponerse, salió del parque atravesando los campos. Después, sintiéndose cansado, como el cielo amenazase tormenta del lado deFoehring, se quedó junto al Cementerio del Norte esperando el tranvía, que le llevaría de nuevo a la ciudad, en línea recta.
No había nadie, cosa extraña, ni en la pa-rada del tranvía ni en sus alrededores. Ni por la calle de Ungerer, en la cual los rieles solita-rios se tendían hacia Schwalimg. Ni por la ca-rretera de Foehring se veía venir coche niguno. Detrás de las verjas de los marmolistas,ante las cuales las cruces, lápidas y monumentos expuestos a la venta formaban un segundo ce-menterio, no se movía nada. El bizantino pór-tico del cementerio, se erguía silencioso, bri-llando al resplandor del día expirante. Además de las cruces griegas y de los signos hieráticos pintados en colores claros, veíanse en el pór-tico inscripciones en letras doradas, ordenadas simétricamente, que sereferían a la otra vida, tales como «Entráis en la morada de Dios» o «Que la luz eterna os ilumine». Aschenbach se entretuvo durante algunos minutos leyendo las inscripciones y dejando que su mirada ideal se perdiese en el misticismo de que estaba pe-netrada, cuando de pronto, saliendo de su en-sueño, advirtió en el pórtico, entre las dos bes-tias apocalípticas que vigilaban la escalera de piedra, aun hombre de aspecto nada vulgar que dio a sus pensamientos una dirección totalmen-te distinta.
¿Había salido de adentro por la puerta de bronce, o había subido por fuera sin que As-










chenbach lo notase? Sin dilucidar profunda-mente la cuestión, Aschenbach se inclinaba, sin embargo, a lo primero. De mediana estatura, enjuto, lampiño y de nariz muy aplastada, aquel hombre...
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