Café León
Por: Ana Ramírez
Me lo encontré en un café de la plaza León. Miraba el periódico, tan fresco como siempre. Deduzco que no me vio, conociéndole se hubiera levantado gustoso buscando unabrazo.
Estaba en su mesa la cerveza de costumbre y en su mirada la pasividad de antaño.
Ojeaba una a una las páginas, revisaba las letras, las contenía en su cabeza. Yo no estaba tan lejos, sentadacon un vestido blanco cuya textura le encantaría, reviviendo los recuerdos que de choque volvieron al mirarlo. Yo sabía que él sabría, por eso no lo busque, porque la vida enreda y ya había muchosnudos entre nosotros.
Proveniente de algunos de los lugares aledaños se escuchaban carcajadas satinadas de alcohol, risas de infantes clavados en el agua. Era un día bello y los colores tomaban aromas e,incluso, formas que saturaban el placer. Yo pedí café, ese con el que me estallaba la cabeza desde que tenía 14 años, lo pedí para recodarlo, para olerlo mientras lo miraba de lejos. Mientras elhumor de la comida poseía mi sentido del olfato, las memorias fueron las responsables de alejarme de aquel delicioso presente.
Ambos jóvenes en un cuarto que atestiguaba la vulnerabilidad de la desnudez,hablando de planes estúpidos, de dramas inconcebibles; el mejor momento de mi vida. Cuando la incertidumbre representaba el todo y vivir al compás de sus caricias era la única ambición; cuando lascaminatas por la ciudad eran comunes y el arte de estrechar las manos y apretujar los cuerpos estaba mas que perfeccionado. Lo pensaba en aquel lugar fumando mientras sabía que sería feliz. Me recordabaamándolo.
Y no sabía cuántos años habían pasado, quizá 10, quizá menos; tampoco sabía en qué lugares había estado ni cuántas mujeres habían tenido el placer de conocerle. Me dicuenta de que aún retenía en mi cabeza la imagen de la última vez en que lo vi, y el contraste al comparar era incómodamente obvio. Ahora éramos un hombre y una mujer respectivamente, envueltos en esa...
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