Calendario
«No», le aclararon, «tanto oro cuanto pesa la negra».
«Una esclava de siete cuartas no pesa menos de ciento veinte libras», dijo
Bernarda. «y no hay mujer ninegra ni blanca que valga ciento veinte libras
de oro, a no ser que cague diamantes».
Nadie había sido más astuto que ella en el comercio de esclavos, y sabía
que si el gobernador había comprado a laabisinia no debía de ser para
algo tan sublime como servir en su cocina. En esas estaba cuando oyó las
primeras chirimías y los petardos de fiesta, y enseguida el alboroto de los
mastinesenjaulados. Salió al huerto de naranjos para ver qué pasaba.
Don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, segundo marqués de Casalduero y señor
del Darién, también había oído la música desde la hamaca de la siesta, quecolgaba entre dos naranjos del huerto.
Era un hombre fúnebre, de la cáscara amarga, y de una palidez de lirio por
la sangría que le hacían los murciélagos durante el sueño. Usaba una chilaba
debeduino para andar por casa y un bonete de Toledo que aumentaba su
aire de desamparo. Al ver a la esposa como Dios la echó al mundo se
anticipó a preguntarle:
«¿Qué músicas son esas?»
«No sé», dijoella. «¿A cómo estamos?»
El marqués no lo sabía. Debió de sentirse de veras muy inquieto para
preguntárselo a su esposa, y ella debía de estar muy aliviada de su bilis para
haberle contestado sinun sarcasmo. Se había sentado en la hamaca,
intrigado, cuando se repitieron los petardos.
«Santo Cielo», exclamó. «¡A cómo estamos!»
La casa colindaba con el manicomio de mujeres de la DivinaPastora.
Alborotadas por la música y los cohetes, las reclusas se habían asomado a la
Gabriel García Márquez 11
Del amor y otros demonios
terraza que daba sobre el huerto de los naranjos, y celebrabancada
explosión con ovaciones. El marqués les preguntó a gritos que dónde era la
fiesta, y ellas lo sacaron de dudas. Era 7 de diciembre, día de San Ambrosio,
Obispo, y la música y la pólvora...
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