Calvina
Calvina Carlo Frabett
El jardín bosque
ERA un caserón antiguo y destartalado, rodeado por un amplio jardín que
hacía mucho tiempo que nadie cuidaba; tanto, que más que un gran jardín
parecía un pequeño bosque. La casa no tenía aspecto de albergar cosas
de mucho valor; pero había una ventana abierta en la planta baja, y esa
era la clase de tentación a la que Lucrecio el Rata no podía resistirse.
Además, si el Sopa lo había citado allí era porque el golpe valía la pena. El
Sopa no solía equivocarse.
No solía equivocarse, pero sí solía llegar tarde. Cuando llegaba, pues a
veces ni siquiera aparecía, ya que se quedaba dormido con mucha
facilidad. Por eso lo llamaban el Sopa. Tras esperar más de media hora, Lucrecio decidió hacer el trabajo él solo.
Parecía fácil,
y si salía bien le daría una parte al Sopa por la información. Imitó el
ladrido de un perro y, al ver que no obtenía respuesta (señal de que
no había ningún chucho en la casa), saltó, no sin dificultad, la alta
verja de barrotes de hierro rematados por amenazadoras puntas de lanza.
Mientras cruzaba sigilosamente el jardín, le pareció distinguir entre los
matorrales los relucientes ojos de... un gato?
Es demasiado grande para ser un minino, pensó con un escalofrío al
calcular el tamaño del animal por la separación de los ojos. Pero si fuera
un perro habría ladrado.
Lucrecio decidió no pararse a averiguar qué clase de bicho lo había mirado
desde la tupida maleza. Corrió a toda velocidad hacia la casa , sin más
averiguaciones, entró por la ventana abierta.
Era más de medianoche y todos debían de estar durmiendo, pues
no había ninguna luz encendida ni se oía el menor ruido. De no ser
por el débil resplandor lunar que se colaba en el salón por la misma
ventana por la que se había colado Lucrecio, la oscuridad habría sido
completa.
El ladrón sacó su linterna de bolsillo y se dispuso a encenderla. Pero no tuvo
tiempo de
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hacerlo. Una gran lámpara de cristal que colgaba del techo se iluminó de
pronto, y Lucrecio se encontró cara a cara con un niño que lo miraba muy
serio a apenas un par de metros de distancia. Era un niño bastante extraño. De unos diez u once años, muy menudo y algo cabezón, de
grandes y penetrantes ojos azules, todo vestido de negro. Y
completamente calvo. Aún falta mucho para Navidad dijo el niño, y además
tú no pareces Papá Noel.
No tengas miedo, pequeño susurró Lucrecio con una sonrisa forzada. Su
primer impulso fue el de salir corriendo, pero se contuvo; si actuaba con
brusquedad, lo más probable era que el niño se pusiera a gritar. Y con la
ventana abierta los gritos se oirían en la calle. Alguien podía acercarse y
pillarlo saltando la verja.
No tengo miedo replicó el niño. Y no soy pequeño.
No quería ofenderte se excusó Lucrecio. Lo de pequeñoes una forma de
hablar, ya sabes... En realidad, eres bastante alto para tu edad.
Deja de decir tonterías. A no ser que pienses que tengo cinco años, y
por mi cara y mi forma de hablar es evidente que tengo al me
nos el doble, no puedes decir que soy alto para mi edad. Pero, como dijo
Napoleón, la grandeza no tiene nada que ver con la estatura. Aunque es
normal que los bobalicones como tú las confundan. Oye, yo no soy ningún bobalicón. Para que te enteres, me llaman... Demetrio
el Astuto.
Nada de eso. Te llaman Lucrecio el Rata, también conocido como
Luc el Sigiloso. Aunque esto último, a juzgar por el ruido que acabas
de hacer, no parece muy adecuado.
Cómo demonios sabes...? —Yo hago las preguntas lo interrumpió el
niño. Tienes familia?
—Depende de cómo se mire contestó Lucrecio con un suspiro. Mi ...
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