Cambaceres Eugenio En La Sangre

Páginas: 164 (40918 palabras) Publicado: 2 de septiembre de 2015
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En La Sangre
Eugenio Cambaceres

Capítulo I
De cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior, en la
expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una rapacidad de buitre se acusaba.
Llevaba un traje raído de pana gris, un sombrero redondo de alas anchas, un aro de oro en
la oreja; la doble suela claveteada de sus zapatos marcaba el ritmo de su andar pesadoy
trabajoso sobre las piedras desiguales de la calle.
De vez en cuando, lentamente paseaba la mirada en torno suyo, daba un golpe -uno solo- al
llamador de alguna puerta y, encorvado bajo el peso de la carga que soportaban sus
hombros: "tachero"... gritaba con voz gangosa, "componi calderi, tachi, siñora?".

Un momento, alargando el cuello, hundía la vista en el zaguán. Continuaba luego su
caminoentre ruidos de latón y fierro viejo. Había en su paso una resignación de buey.
Alguna mulata zarrapastrosa, desgreñada, solía asomar; lo chistaba, regateaba, porfiaba,
"alegaba",acababa por ajustarse con él.
Poco a poco, en su lucha tenaz y paciente por vivir, llegó así hasta el extremo Sud de la
ciudad, penetró a una casa de la calle San Juan entre Bolívar y Defensa.
Dos hileras de cuartos depared de tabla y techo de zinc, semejantes a los nichos de algún
inmenso palomar, bordeaban el patio angosto y largo.
Acá y allá entre las basuras del suelo, inmundo, ardía el fuego de un brasero, humeaba una
olla, chirriaba la grasa de una sartén, mientras bajo el ambiente abrasador de un sol de

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enero, numerosos grupos de vecinos se formaban, alegres, chacotones los hombres, las
mujeresazoradas, cuchicheando.
Algo insólito, anormal, parecía alterar la calma, la tranquila animalidad de aquel humano
hacinamiento.
Sin reparar en los otros, sin hacer alto en nada por su parte, el italiano cabizbajo se dirigía
hacia el fondo, cuando una voz interpelándolo:
-Va a encontrarse con novedades en su casa, don Esteban.
-¿Cosa dice?
-Su esposa está algo indispuesta.
Limitándose a alzarse dehombros él, con toda calma siguió andando, caminó hasta dar con
la hoja entornada de una puerta, la penúltima a la izquierda.
Un grito salió, se oyó, repercutió seguido de otros atroces, desgarradores al abrirla.
-¿Sta inferma vos? -hizo el tachero avanzando hacia la única cama de la pieza, donde una
mujer gemía arqueada de dolor:
-¡Madonna, Madonna Santa...! -atinaba tan sólo a repetir ella, mientrasgruesa, madura,
majestuosa, un velo negro de encaje en la cabeza, un prendedor enorme en el cuello y aros
y cadena y anillos de doublé, muchos en los dedos, hallábase de pie junto al catre la partera.
Se había inclinado, se había arremangado un brazo, el derecho, hasta el codo; manteníalo
introducido entre las sábanas; como quien reza letanías, prodigaba palabras de consuelo a la
paciente,maternalmente la exhortaba: "¡Coraque Duña María, ya viene lanquelito, é
lúrtimo... coraque!..."
Mudo y como ajeno al cuadro que presenciaban sus ojos, dejóse estar el hombre, inmóvil
un instante.

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Luego, arrugando el entrecejo y barbotando una blasfemia, volvió la espalda, echó mano de
una caja de herramientas, alzó un banco y, sentado junto a la puerta, afuera, púsose a
trabajar tranquilamente, diocomienzo a cambiar el fondo roto de un balde.
Sofocados por el choque incesante del martillo, los ayes de la parturienta se sucedían, sin
embargo, más frecuentes, más terribles cada vez.
Como un eco perdido, alcanzábase a percibir la voz de la partera infundiéndole valor:
E lúrtimo... coraque!...
La animación crecía en los grupos de inquilinos; las mujeres, alborotadas, se indignaban;
entre ternosy groseras risotadas, estallaban los comentarios soeces de los hombres.
El tachero entretanto, imperturbable, seguía golpeando.
Capítulo II
Así nació, llamáronle Genaro y, haraposo y raquítico, con la marca de la anemia en el
semblante, con esa palidez amarillenta de las criaturas mal comidas, creció hasta cumplir
cinco años.
De par en par abrióle el padre las puertas un buen día. Había llegado...
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