Camina

Camina. Simplemente camina.
Un paso detrás de otro, camina. Dos pensamientos se le cruzan por la mente mientras el tercer cigarro le quema ya en los labios. Aterrada y sin habla, sigue andando.Cuatro, cinco, seis pasos ya por delante del dolor. Cada vez el siguiente paso llega antes que el anterior ya olvidado. El sonido del aguacero se diluye a lo lejos con el tráfico y las canciones denavidad. El miedo, por su lado, cada vez retumba más y más alto bajo sus cejas. Siete, ocho… los pasos se han convertido en una apresurada carrera reprimida, en parte por los tacones rojos. Los pensamientosse hace cada vez más audibles en su cabeza. Nueve minutos de agonía le siguen: hay cosas que no pueden maquillarse con facilidad, pero el décimo cigarrillo siempre ayuda a esfumarlos. Sus ojos delcolor del mismo cielo de Manhattan se mueven inquietos, de lado a lado, recordando un péndulo descompensado que se mueve sin ton ni son, como el de la vieja casa de sus padres. El vestido de sucumpleaños sigue ondeando por delante de ella cuando se percata de varias miradas que la siguen, pues su carrera ya se ha enfatizado demasiado. A toda prisa apaga el onceavo cigarrillo y con excelentenostalgia, lo deja caer de sus rojas uñas para proseguir con un andar aparentemente despreocupado, que en realidad alaga al más puro andar del ratón que sabe que le persigue el gato, pero en un impulsodesmesuradamente esperanzado, cambia de dirección y hecha a andar, pretendiendo ser menos jugoso así para el animal. Se levanta la manga del abrigo, la del jersey y finalmente la de encaje que correspondeal vestido y mira la hora. Las doce. “Ahora oiría trece espantosas campanadas del reloj de pared de papá. Siempre toca una campanada más a esta hora”. La congoja le hace flaquear las piernas al darsecuenta de que ya no camina, de que recuerda algo de su pasado, ese que parece un alfiler dentro del pajar de su cabeza. No. No. No puede permitírselo, significaría perder una guerra ganada años...