Campos de Castilla
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío, y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor;
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador
II
Ya están las
zarzas
floridas y los
ciruelos
blanquean
;
ya las
abejas
doradas
liban
para sus
colmenas
,
y en los
nidos
, que
coronan
las torres de las iglesias,
asoman los garabatos
ganchudos
de las cigüeñas
.
Ya los olmos del camino
y chopos de las riberas
de los arroyos, que busca
al padre Duero, verdean.
El cielo está azul, los montes
sin nieve son de violeta. La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.
Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote, gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza
sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aun luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal: dos ha enviudado. Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero, o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco, ...
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