canaima

Páginas: 11 (2546 palabras) Publicado: 3 de abril de 2014
VII

Nostalgias


Apenas instalado en el pueblo, ya en posesión de su cargo, comenzó
Gabriel Ureña a experimentar nostalgias. Pero no de su ciudad natal, de
donde por primera vez se ausentaba, ni de nada concreto tampoco.
Era un sentimiento blando, sin forma casi, sin apego a cosa real
alguna. Una sensación de vacío, de falta de afectos sin echarlos de menos,
de haber perdidoel rumbo sin pensar en este o aquel que hubiese podido
seguir, de estar lejos sin saber de qué. Y esto no sólo le acontecía en las
calladas noches –polvareda de mundos en marcha por el Camino de
Santiago y exhalaciones fugaces alteradoras del de seo de evadirse de la
propia realidad y perderse en la infinitud de la nada–, sino también, y de
manera muy especial, a las resplandecienteshoras del mediodía, cuando la
población se entregaba al sopor de la siesta y en el silencio circundante,
sólo turbado a intervalos por el canto melancólico de los gallos del
vecindario, se oía allá en la oficina el sonido del aparato telegráfico al paso
de los mensajes que no eran para Upata.
Algo semejante había acontecido en su vida. De una manera lejana
escuchaba pasar un mensaje queya no era para él, una palabra ardiente
lanzada sobre su corazón desde los románticos años y que aún no había
sido recogida por su voluntad, ni nunca ya lo sería. La gran aventura
vislumbrada cuando, inclinado sobre el mapa del país, le parecía oír la
mística voz clamante en el desierto, la ensoñada consagración a la lucha
contra las causas de aquellas calamidades que eran de lanaturaleza de las
maldiciones. Todavía el mensaje continuaba pasando en busca de otro
corazón que aún no se hubiera vuelto escéptico, y las vagas nostalgias eran
formas furtivas del deseo de haber sido otro hombre capaz de recogerlo.
No sentía alentar en su espíritu los impulsos vivos que hacen elegir
un camino entre varios –acaso en realidad no los había sentido nunca, ni
aun cuando másdespierta pudo parecer la actitud de su alma ante las
misteriosas señales del destino– y allí estaba, telegrafista por apatía, por
aceptación de un "modus vivendi" en un sentido de menor resistencia, ya
que su padre lo había sido y desde niño le enseñó el oficio, dejándole al
morir ya sentado ante el aparato donde hiciera sus veces durante la enfermedad, y allí luego lo remachó el nombramientoen atención a los
buenos y largos servicios de aquél.
Allí estaba, con sus grandes ojos de mirar desconcertante –sobre todo
tratándose de un telegrafista, un poco atónitos, un poco irónicos al mismo
tiempo como recién quitados de alguna contemplación ingenua y con aquel
leve pliegue burlón, media sonrisa apenas, que le sesgaba la boca escéptica
tirando la comisura izquierda haciaabajo.
A veces reía totalmente, si de ello era el caso gracioso o grotesco, pero
ni aun entonces podía asegurarse que no hubiese en su risa algo mordaz y
esto le enajenaba simpatías. Quitábanselas también su intolerancia con el
error o la necedad de los demás y el aire de superioridad con que
puntualizaba sus opiniones a pleno conocimiento de causa. Pero al mismo
tiempo se reconocía que erauna persona estimable, muy por encima de la
cultura que exigía su oficio, y desde un principio buscó su trato la gente
seria y de algunas preocupaciones espirituales de la población, de donde se
originó una tertulia que ya se formaba al aire libre y dulce del atardecer
frente a la oficina de telégrafos.
Marcos Vargas, que por momentos no sabía a qué atenerse respecto a
sussentimientos hacia él, pues tan pronto se sentía atraído como repelido,
cuando esto último le ocurría solía decir:
—Nada fuera la sonrisita; pero esos ojos, decididamente, me ponen los
nervios de punta. No sabe uno nunca cuándo se burlan o cuándo miran
con franqueza.
Y era porque Ureña, mostrándose con él particularmente afectuoso y
a veces vivamente interesado en su conversación, cuando él...
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