CAP TULO 5
CAPÍTULO V
¿Qué iban a hacer con treinta francos, cuando según sus cálculos necesitaban cien?
Se lo preguntaba mientras seguía con tristeza por las fortificaciones desde la Casa Blanca hasta Charonne, pero sin encontrar ninguna respuesta aceptable; además, cuando puso en las manos de su madre el dinero de La Ronca, no tenía idea de cómo y en qué iban aemplearlo.
Fue su madre quien decidió:
"Hay que partir, dijo ella, partir enseguida a Maraucourt.
- ¿Ya estás bien?
- Tengo que estarlo. Nos hemos ilusionado una recuperación que no llegará... aquí. Y esperando a que se agoten nuestros recursos, como se agotarían los de la venta de nuestro pobre Palikar.
Ojalá no tuviéramos que presentarnos en este estado de miseria; pero puede ser que entre máslamentable sea esta miseria más se compadecerán de nosotras. Hay que, hay que partir.
- ¿Hoy?
- Hoy ya es muy tarde, llegaríamos a plena noche sin saber qué hacer, mejor mañana temprano. Esta tarde procura averiguar los horarios del tren y el costo de los lugares: el ferrocarril debe ser el del Norte; estación de llegada, Picquigny.
Perrín, avergonzada, lo consultó con Grano de Sal quien ledijo, que buscando entre los montones de papel, podría encontrar una guía de los ferrocarriles, lo cual sería más cómodo y menos fatigoso que ir a la estación Norte, que está bastante lejos de Charonne. En la guía encontró que había dos trenes por la mañana, uno a las seis y el otro a las diez, y que el lugar para Picquigny en tercera clase costaba nueve francos con veinticinco.
"Partiremos a lasdiez, dijo la madre, y tomaremos un carro, yo no podría ir a pie hasta la estación ya que está muy lejos, pero tendré bastantes fuerzas para llegar hasta el simón."
Sin embargo no tuvo las fuerzas suficientes para llegar al simón, y cuando, a las nueve, ella quiso, apoyándose sobre el hombro de su hija, llegar hasta el carro que Perrín había ido a buscar, ya no pudo llegar, aunque no se tratabamás que de ir de su recámara a la calle: desmayó, y habría caído si su hija no la hubiera sostenido.
"Voy a volver adentro, dijo ella débilmente, no te preocupes, todo estará bien."
Pero nada estaba bien, y la Marquesa que las veía partir llevó una silla; lo que la había sostenido era un esfuerzo desesperado. Sentada, tuvo un síncope, se detuvo su respiración, se le fue la voz.
"Deberíamosacostarla, dijo la Marquesa, friccionarla; no va a pasar nada, mi niña, no tengas miedo; ve a buscar a Don Fisóstomo; entre los dos la llevaremos a su recámara; ustedes no pueden irse.... por el momento."
La Marquesa era una mujer de experiencia, casi enseguida que la enferma fue tendida, el corazón retomó sus latidos, y la respiración se restableció; pero después de cierto tiempo, como queríasentarse, se produjo un nuevo desfallecimiento.
"Vea que es necesario que se quede acostada, dijo la Marquesa con un tono de mando, se irán mañana, y enseguida va a tomar una taza de caldo que le voy a pedir a Don Fisóstomo; mire que la sopa es el vicio de ese mudo, como el vino lo es de ese señor, el propietario; en invierno como en verano, él se levanta a las cinco para poner su olla en la lumbre, ¡yvaya que es famoso por lo que hace! No hay muchos burgueses que coman así de bien."
Sin esperar respuesta, entró con su vecino que había puesto manos a la obra.
"¿Quiere darme una taza de caldo para nuestra enferma?" preguntó ella.
Fue con una sonrisa que Don Fisóstomo le respondió, y enseguida retiró la tapa de su olla que hervía en la chimenea con algo de madera encendida; entonces como elvapor del caldo llenaba la habitación él miró a la Marquesa, con los ojos abiertos como platos, las narices dilatadas con una expresión de bienestar y al mismo tiempo de orgullo.
"Sí, huele bien, dijo ella, y si eso pudiera salvar a la pobre mujer... pero -bajó la voz,- usted sabe, ella está muy mal; ya no va a durar mucho tiempo."
Don Fisóstomo levantó los brazos al cielo.
"Es muy triste para...
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