capitulo 11 el olvido que seremos

Páginas: 7 (1526 palabras) Publicado: 13 de mayo de 2013
Cuando mi mamá se convenció de que con la plata del profesor, menguada por su generosidad sin filtros, y amenazada cada rato por una destitución fulminante de las directivas de la Universidad, era imposible sostener la casa, al menos dentro de los niveles de buen gusto y buena comida que había aprendido «en Palacio», la madre Berenice la apoyó y le ofreció gratis una ayuda extra en la casa, paraque mi mamá pudiera irse a trabajar tranquila: esa niñera monja, la hermanita Josefa, que se ocupó de Sol y de mí todas las semanas, de lunes a viernes, mientras mi mamá trabajaba y hasta que los dos menores entramos al colegio. Mi papá, con el inevitable sedimento machista de su educación, no quería que mi mamá se pusiera a trabajar, ni que adquiriera la independencia física y mental que daganarse la propia plata, pero ella logró imponer su voluntad, con ese carácter firme y constante, mezclado con una indestructible alegría de fondo que no ha dejado nunca de acompañarla hasta el día de hoy, y que la hacen una persona inmune a los rencores y a los disgustos duraderos. Luchar contra su firmeza vestida de alegría ha sido siempre imposible.

A veces mi mamá también me llevaba a laoficina. Como ella no tenía carro, nos íbamos en bus, o mi papá nos dejaba en Junín con La Playa, de paso para la Universidad. Mi mamá había instalado la oficina en un cuchitril diminuto de un edificio nuevo, La Ceiba, que era la construcción más grande de la ciudad en ese momento, y nos parecía gigantesca. El edificio quedaba, y queda, en el centro, al final de la Avenida La Playa, al lado del edificioColtejer. Subíamos hasta uno de los pisos más altos en unos ascensores Otis grandes, de hospital, que manejaban unas ascensoristas negras hermosísimas, vestidas siempre de un blanco inmaculado, como enfermeras dedicadas a un oficio mecánico. Me gustaban tanto que a veces me quedaba horas en el ascensor, mientras mi mamá trabajaba, subiendo y bajando al lado de las ascensoristas negras que olían aun perfume barato que todavía hoy, en las raras ocasiones en que lo he vuelto a sentir, despierta en mí una especie de melancólico erotismo infantil.

La oficina de mi mamá estaba metida en el cuarto de los útiles e implementos de aseo del edificio. El cuarto tenía un penetrante olor a jabón y a ambientadores de baño, unas pastillas rosadas, redondas, brillantes, que olían a alcanfor y se poníanen el fondo de los orinales. También había cajas repletas de jabón de piso, blanqueadores, palos de escoba, trapeadoras y pacas de rollos de papel higiénico barato, arrumadas en una esquina.

En un escritorio metálico, mi mamá se encargaba de hacer a mano las cuentas del edificio, con un lápiz amarillo bien afilado, sobre un inmenso libro de contabilidad de tapas duras y verdes. También teníaque hacer las actas de las reuniones de la Junta del edificio, en un estilo anticuado que le había enseñado tío Luis, el hermano del arzobispo, que había sido secretario perpetuo de la Academia de Historia. «Toma la palabra el preclaro ganadero señor don Floro Castaño para manifestar que se debe economizar en el uso del papel higiénico, de modo que los gastos comunes de la copropiedad no aumenteninnecesariamente. La señora administradora, doña Cecilia Faciolince de Abad, anota que si bien don Floro tiene toda la razón, resulta inevitable, por motivos fisiológicos, que haya un cierto gasto. No obstante lo anterior, comunica a los señores copropietarios que uno de sus vecinos, el doctor John Quevedo, quien se ha trasladado a vivir en su oficina, usándola abusivamente como casa de habitación,y en las horas de la madrugada suele hacer uso del baño de damas del sexto piso, donde procede a bañarse y, como carece de toalla, procede también a secar su cuerpo con grandes cantidades de papel higiénico, el cual, una vez usado deja por el suelo, razón por la cual...»

Mi mamá era experta en mecanografía y taquigrafía (copiaba los dictados a una velocidad increíble, con unos maravillosos...
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