capitulo de los obsesos
CAPÍTULO LIII1
Donde se cuenta la pendencia que don Quijote tuvo con un dragón quien era capaz de matar un batallón de soldados con sus regüeldos y del gusto que pasó su fiel escudero Sancho Panza comiendo bollos en fritura.
Después del incidente del cabrero cuyas narices quedaron magulladas y de la pelotera contra los disciplinantes que iban en rogativa delluvia, el audaz caballero don Quijote y su escudero Sancho Panza enrumbaron por otro camino en busca de nuevas aventuras. Era el caso que la comarca ardía en calor, y los canalones estaban secos y la tierra cuarteada, de manera que la gente no salía de sus aldeas, y no había marchantes, ni abaceros,2 ni mucho menos aguadores por los caminos. Don Quijote, subido a su extenuado caballo, y metido ensus latas de paladín, soportaba el infierno, pero el pobre de Sancho Panza no corría la misma suerte, porque su asno boqueaba de calor y apenas arrastraba las patas.3 Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo:
—Mirad, mi generoso escudero, una vez más nuestros hados se muestran complacientes, porque allá al fondo nos descubren un dragón del tamaño de un otero, a quien piensoacometer en este instante con mi lanza y mi adarga, para dedicarle una victoria más a mi señora Dulcinea del Toboso, que mujer con más linaje y fermosura no existe en el mundo.
Pero Sancho Panza, cansado de arrastrarse al lado de su borrico para darle los alcances, sólo veía un grande montículo de tierra.
—Sólo veo un altozano —respondió— y una bocamina abandonada.
—Es claro que no has trajinadoen lances de andantes caballeros —le dijo don Quijote—, pues allá veo claramente un gigantesco dragón de piel escamada y alas desplumadas, que yace durmiendo con toda pacedumbre. Tiene la cola del tamaño del tronco de una encina y las orejas como las fienestras4 de un alcázar.
—¡Válame Dios! —dijo Sancho Panza secándose el sudor con el sombrero—. Nuevamente con lo mismo. Si allá no hay ningúndragón, sino apenas una mina abandonada, con su entrada al venero, y eso que llama fienestras son sólo sopladeros por donde los excavadores extraían el mineral. Y no vaya a ser que otra vez la burra al trigo e insista su merced en rivalizar con un altozano como ocurrió con los molinos en una de nuestras primeras salidas.5
Pero don Quijote tan recio estaba en que se trataba de un lagarto fabuloso,que no medraba ante las advertencias de Sancho Panza, y le decía:
—A ti también te han tocado los encantamientos de mis sabios enemigos para que veas las cosas a su antojo.
Y así se preparaba para el combate, enderezándose el peto de la coraza, arreglándose el yelmo, enristrando su lanza, y dando alaridos que espantaban a los pajarracos:
—Non refuyáis a mi aguijada,6 criatura de baja ralea, yrecibid escarmiento de un gentilhombre.
Y sin pérdida espoleó a Rocinante7 y se lanzó a galope contra el montículo de tierra para asaetearlo. Una vez hecho esto, el montículo se remeció, y las maderas podridas de la entrada se derrumbaron, dejando abierta la galería de vetas. Y viendo esto don Quijote dijo:
—¡Por las barbas de Pedro el Botero! He malferido a tan luenga bestia y la he dejado con lafauce abierta.
Y cuando Sancho Panza estuvo a su lado, don Quijote volvió a vanagloriarse porque creía que en verdad su ofensa había lastimado de muerte al dragón y que por esa obra su gloria sería perpetua. Su escudero le dijo con voz haragana:
—Si eso le pone contento, así sea, mi señor, pero es momento de seguir nuestro camino que el calor redobla en estas provincias.
—Nada de eso, Sanchohermano —respondió don Quijote—. ¿Acaso tienes miedo de que la bestia se encumbre? He dicho que está agonizando y lo reafirmo. Y estando así se presenta una nueva oportunidad de aventura que solo un caballero como yo puede correr: entrar en los adentros del lagarto y quitarle el corazón para ofrecérselo a mi fermosísima señora Dulcinea, como lo hizo Perseo, el semidiós, con la no tan bella...
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