Capitulos Cenizas para el viento

Páginas: 147 (36526 palabras) Publicado: 18 de octubre de 2013

HERNANDO TÉLLEZ
CENIZAS PARA EL VIENTO Y OTRAS HISTORIAS
El Áncora Editores.Bogotá, 1984.A Beatriz“
No puedo encontrar ni discurrir nada para agradarte:Todo es siempre lo mismo
.” Lucrecio, III, 898.
ESPUMA Y NADA MÁS
No saludó al entrar. Yo estaba repasando sobre una badana la mejor de mis navajas. Ycuando lo reconocí me puse a temblar. Pero él no se dio cuenta. Para disimularcontinuérepasando la hoja. La probé luego contra la yema del dedo gordo y volví a mirarla,contra la luz. En ese instante se quitaba el cinturón ribeteado de balas de donde pendíala funda de la pistola. Lo colgó de uno de los clavos del ropero y encima colocó elkepis. Volvió completamente EL cuerpo para hablarme y deshaciendo el nudo de lacorbata, me dijo: "Hace un calor de iodos los demonios, Afeíteme". Yse sentó en lasilla. Le calculé cuatro días de barba. Los cuatro días de la última excursión en busca delos nuestros, El rostro aparecía quemado, curtido por el sol. Me puse a preparar minuciosamente el jabón. Corté unas rebanadas de la pasta, dejándolas caer en elrecipiente, mezclé un poco de agua tibia y con la brocha empecé a revolver. Prontosubió la espuma. "Los muchachos de la tropa debentener tanta barba como yo". Seguí batiendo la espuma. "Pero nos fue bien, ¿sabe? Pescamos a los principales. Unos vienenmuertos y otros todavía viven. Pero pronto estarán todos muertos". ¿Cuántoscogieron?", pregunté. "Catorce. Tuvimos que internarnos bastante para dar con ellos.Pero ya la están pagando. Y no se salvará ni uno, ni uno". Se echó para atrás en la sillaal verme con la brocha en la mano,rebosante de espuma. Faltaba ponerle la sábana.Ciertamente yo estaba aturdido. Extraje del cajón una sábana y la anudé al cuello de micliente. El no cesaba de hablar. Suponía que yo era uno de los partidarios del orden. "El pueblo habrá escarmentado con lo del otro día", dijo. "Sí", repuse mientras concluía dehacer el nudo sobre la oscura nuca, olorosa a sudor. "¿Estuvo bueno, verdad?". "Muybueno", contesté mientras regresaba a la brocha. El hombre cerró los ojos con un gestode fatiga y esperó así la fresca caricia del jabón. Jamás lo había tenido tan cerca de mí.El día en que ordenó que el pueblo desfilara por el patio de la Escuela para ver a loscuatro rebeldes allí colgados, me crucé con él un instante. Pero el espectáculo de loscuerpos mutilados me impedía fijarme en el rostro delhombre que lo dirigía todo y queahora iba a tomar en mis manos. No era un rostro desagradable, ciertamente. Y la barba,envejeciéndolo un poco, no le caía mal. Se llamaba Torres. El capitán Torres. Unhombre con imaginación, porque ¿a quién se le había ocurrido antes colgar a losrebeldes desnudos y luego ensayar sobre determinados sitios del cuerpo una mutilacióna bala? Empecé a extender la primeracapa de jabón. El seguía con los ojos cerrados."De buena gana me iría a dormir un poco", dijo, "pero esta tarde hay mucho que hacer".Retiré la brocha y pregunté con aire falsamente desinteresado: "¿Fusilamiento?". "Algo por el estilo, pero más lento", respondió. "¿Todos?". "No. Unos cuantos apenas".


Reanudé, de nuevo, la tarea de enjabonarle la barba. Otra vez me temblaban las manos.El hombreno podía darse cuenta de ello y esa era mi ventaja. Pero yo hubiera queridoque él no viniera. Probablemente muchos de los nuestros lo habrían visto entrar. Y elenemigo en la casa impone condiciones. Yo tendría que afeitar esa barba comocualquiera otra, con cuidado, con esmero, como la de un buen parroquiano, cuidando deque ni por un solo poro fuese a brotar una gota de sangre. Cuidando de que enlos pequeños remolinos no se desviara la hoja. Cuidando de que la piel quedara limpia,templada, pulida, y de que al pasar el dorso de mi mano por ella, sintiera la superficiesin un pelo. Sí. Yo era un revolucionario clandestino, pero era también un barbero deconciencia, orgulloso de la pulcritud en su ofició. Y esa barba de cuatro días se prestaba para una buena faena.Tomé la navaja, levanté en...
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