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Un árbol menos en esta calle.
Desamparo público y ejercicio de la mirada en la Ciudad de México.

Teresa Carbó
CIESAS D.F.


¿Qué te puedo decir. ..?
Que la vida va en serio,
y mientras no se extinga la emoción, resistiremos
(Daniel Salzano, 2004).

Introducción: el asunto de ego[1] en el Ajusco

La noción de territorio, estudiada por antropólogos, urbanistas, etólogos, expertosen desarrollo, programas habitacionales y otras disciplinas cercanas, resulta aún hoy enigmática y elusiva, polivalente y quizás desaconsejable. Sin embargo, para una persona ‘transterrada’ como quien esto escribe, es asimismo una idea fatalmente atractiva, además de recurrente. ¿Cuál es mi territorio? ¿Es acaso alguno? ¿Dónde deseo envejecer? ¿Envejeceré, por cierto, llevando la vida que llevo?¿Qué es esto de estar aquí ahora? Me es imposible responder.

Camino en estos días (marzo de 2004) por las calles de mi ciudad natal (Córdoba, Argentina), en la que no resido desde hace casi 30 años, y experimento una marcada extrañeza. Todo en la zona céntrica de la ciudad parece ser lo mismo, aunque en esa precisa familiaridad me es también lejanoa y casi irreconocible. Habito 3 meses en Berlíndurante 1999 y juego a ser vecina de Kreuzberg. Regreso en 2003 y la memoria no me defrauda: reconozco calles, esquinas, cafés, estaciones del U-Bahn y hasta algunas escaleras. Sin embargo, no dejo nunca de saber que ese efecto de reconocimiento es ilusorio.

Llevo viviendo en la Ciudad de México los mismos años que iniciaron como exilio, y tengo mi casa (habito, vivo) en la zona suroeste de laciudad: el área del Ajusco, en lo que puede considerarse aún hoy un pueblo (de sierra de altura), Santo Tomás (entre varios, sobre la cordillera del Pico del Águila). He logrado allí un pequeño paraíso de cedros, árboles frutales, perros, gatos y, sobre todo, amplio y resonante silencio. Llego a la casa al final de las jornadas de trabajo como lo haría un náufrago al puerto bienamado. Salgo deallí en las mañanas rumbo a la ciudad y durante el trayecto suelo llevar el corazón encogido (después, naturalmente, se me olvida). Al mismo tiempo, una inquietud teórica sobre lo que ha sido llamado la reclusión ciudadana en el ámbito de lo privado (y el consiguiente abandono de lo público) se suma a ese personal desasosiego, y me ronda con insistencia. Alcanza, de hecho, tesituras claustrofóbicas:¿es que sólo puedo sentirme a gusto en mi casa?, ¿es que sólo ese (infinitamente menos que) microscópico puntito verde en el planeta habrá de ser mi territorio? De nueva cuenta, imposible responder.

Las páginas que siguen presentarán, en el marco de esta constelación de temas, algunas reflexiones que emanan de la experiencia de descubrir, sobre la calle en que vivo, que un árbol ha sido taladode la noche a la mañana, y de proceder a fotografiar la escena yo personalmente al día siguiente. Algunas de las perplejidades motivadas por ese hecho (infausto, en mi vivencia), y por las reacciones que éste suscitó en la propia investigadora, formaron un conjunto asistemático que presenté en Berlín en marzo de 2003, beneficiándome de la generosidad intelectual de mis anfitrionas en el Coloquio¿Lo público como arena de la transformación social, cultural y política?, organizado por el Lateinamerika-Institut (de la Universidad Libre) con el apoyo del Wissenschaftskolleg Berlín y el Instituto de Iberoamérica. Señalaré con franqueza que, entonces y ahora, la emoción a la que alude el epígrafe que abre estas páginas participa de manera decisiva en todo el asunto. Sí, la emoción (iracunda ydolorida en este caso) que subtiende en muchos casos la investigación, y que alimenta también (¿y por qué no?) el impulso a la resistencia, desde diferentes lugares o posiciones, tanto en el discurso como en la práctica.

Pude entonces en Berlín, y en esa estimulante compañía, desarrollar lo que fue allí mismo definido como un duelo por el árbol derribado (Marisa Belausteguigoitia 2003),...