Carpentieralejo Semejante A La Noche
Semejante a la noche
I
El mar empezaba a verdecer entre los promontorios todavía en sombras,
cuando la caracola del vigía anunció las cincuenta naves negras que nos
enviaba el Rey Agamemnón. Al oír la señal, los que esperaban desde hacía
tantos días sobre las boñigas de las eras, empezaron a bajar el trigo hacia la
playa donde ya preparábamos los rodillos que servirían parasubir las
embarcaciones hasta las murallas de la fortaleza. Cuando las quillas tocaron la
arena, hubo algunas riñas con los timoneles, pues tanto se había dicho a los
micenianos que carecíamos de toda inteligencia para las faenas marítimas, que
trataron de alejarnos con sus pértigas. Además, la playa se había llenado de
niños que se metían entre las piernas de los soldados, entorpecían lasmaniobras, y se trepaban a las bordas para robar nueces de bajo los banquillos
de los remeros. Las olas claras del alba se rompían entre gritos, insultos y
agarradas a puñetazos, sin que los notables pudieran pronunciar sus palabras
de bienvenida, en medio de la baraúnda. Como yo había esperado algo más
solemne, más festivo, de nuestro encuentro con los que venían a buscarnos
para la guerra, me retiré,algo decepcionado, hacia la higuera en cuya rama
gruesa gustaba de montarme, apretando un poco las rodillas sobre la madera,
porque tenía un no sé qué de flancos de mujer.
A medida que las naves eran sacadas del agua, al pie de las montañas que ya
veían el sol, se iba atenuando en mí la mala impresión primera, debida sin
duda al desvelo de la noche de espera, y también al haber bebido demasiado,
eldía anterior, con los jóvenes de tierras adentro, recién llegados a esta costa,
que habrían de embarcar con nosotros, un poco después del próximo
amanecer. Al observar las filas de cargadores de jarras, de odres negros, de
cestas, que ya se movían hacia las naves, crecía en mí, con un calor de
orgullo, la conciencia de la superioridad del guerrero. Aquel aceite, aquel vino
resinado, aquel trigosobre todo, con el cual se cocerían, bajo ceniza, las
galletas de las noches en que dormiríamos al amparo de las proas mojadas, en
el misterio de alguna ensenada desconocida, camino de la Magna Cita de
Naves, aquellos granos que habían sido echados con ayuda de mi pala, eran
cargados ahora para mí, sin que yo tuviese que fatigar estos largos músculos
que tengo, estos brazos hechos al manejo de lapica de fresno, en tareas
buenas para los que sólo sabían de oler la tierra; hombres, porque la miraban
por sobre el sudor de sus bestias, aunque vivieran encorvados encima de ella,
en el hábito de deshierbar y arrancar y rascar, como los que sobre la tierra
pacían. Ellos nunca pasarían bajo aquellas nubes que siempre ensombrecían,
en esta hora, los verdes de las lejanas islas de donde traían elsilfión de acre
perfume. Ellos nunca conocerían la ciudad de anchas calles de los troyanos,
que ahora íbamos a cercar, atacar y asolar. Durante días y días nos habían
hablado, los mensajeros del Rey de Micenas, de la insolencia de Príamo, de la
miseria que amenazaba a nuestro pueblo por la arrogancia de sus súbditos,
que hacían mofa de nuestras viriles costumbres; trémulos de ira, supimos delos retos lanzados por los de Ilios a nosotros, acaienos de largas cabelleras,
cuya valentía no es igualada por la de pueblo alguno. Y fueron clamores de
furia, puños alzados, juramentos hechos con las palmas en alto, escudos
arrojados a las paredes, cuando supimos del rapto de Elena de Esparta. A
gritos nos contaban los emisarios de su maravillosa belleza, de su porte y de su
adorable andar,detallando las crueldades a que era sometida en su abyecto
cautiverio, mientras los odres derramaban el vino en los cascos. Aquella misma
tarde, cuando la indignación bullía en el pueblo, se nos anunció el despacho de
las cincuenta naves. El fuego se encendió entonces en las fundiciones de los
bronceros, mientras las viejas traían leña del monte. Y ahora, transcurridos los
días, yo contemplaba las...
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