carta de la vocación
Sobre la verdadera vocación
Querida Vero:
Tu decisión de estudiar ingeniería, que me has comunicado con esa cara alegre y satisfecha con que
siempre expresas lo que supones me ha de llenar de júbilo, me lleva a algunas reflexiones que plasmo en esta
carta, siguiendo aquella vieja y maravillosa costumbre de la comunicación epistolar, tan disminuida por
los adelantos tecnológicos,pero aún no superada ni en
sus características de cosa muy personal y de objeto afectivo y privado, y que tanto nos uniera cuando tú, muy
menor, fuiste a estudiar fuera del país.
La primera de mis reflexiones toca un aspecto delicado e importante, fundamental te diría, que es el de
tu vocación para la profesión que has elegido; supera
do éste, y ratificada en su caso tu decisión, podríamosiniciar un diálogo que nos permitiera ahondar tanto
en los grandes asuntos de la profesión como, desde luego, en los detalles que le dan sentido y contenido a la
vida profesional.
Quiero expresarte que estaré satisfecho, encantado, si seleccionas la actividad profesional que te ofrez
ca la posibilidad de realizarte a plenitud; la que sea,
la que te permita colmar tus expectativas, la que tedé
la oportunidad de gozar en su realización, de buscar
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Javier Jiménez Espriú
con el ánimo del descubridor caminos nuevos y retos de altura; la que te abra el horizonte de todos los
anhelos y garantice a tu dedicación la proscripción del
tedio; la que te entregue, en suma, al desarrollo y al
goce pleno de tus facultades.Esa es la llave para que seas
una profesional de excelencia, meta que debe tener toda
persona que aspira a un título.
Lamentablemente, no siempre ocurre que se analicen con cuidado las aristas de un asunto tan especial co
mo es decidir a qué te vas a dedicar profesionalmente
el resto de tus días. Y no sólo eso: a menudo el momento
de la elección está señalado con mensajes inciertos, conrestricciones innecesarias, con desinformación o con información insuficiente, o incluso con normas, costumbres y tradiciones que coartan la libertad.
Hace no mucho, las familias mexicanas aspiraban
a contar entre sus miembros a un militar, a un médico
y a un sacerdote —siempre hablando de los hijos va
ro ya que las mujeres estaban claramente limitanes,
das a atender el hogar, cuando no aconsagrarse a
Dios—. Hoy, aunque se han modificado tales patrones, no hemos superado del todo esa consideración
ancestral y, con otros matices pero con criterios muy semejantes, continuamos “orientando” o tratando de orien
tar a nues ros hijos por los senderos que —a menudo sin
t
siquiera comentarlo con ellos— juzgamos más seguros,
más dignos o más rentables.
Todos conocemos al padre queexige a su hijo, quien
pretende ser torero, futbolista, violinista o pintor, que
antes de dedicarse a “eso”, le traiga su título de arquitecto o de doctor. Y conocemos también al licenciado, al
ingeniero, al médico o al odontólogo que estudiaron
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Cartas a un joven ingeniero
sin vocación, lanzados a esas profesiones sólo porqueen su familia, durante generaciones, alguien las ha
estudiado o porque lo hicieron su padre o su madre, a
quienes admiran o creen que admiran en lo profesio
nal. También conocemos a quienes se dedican a cosa
dife ente a la que estudiaron o, peor aún, se mecen en la
r
hamaca de la mediocridad profesional y lamentan con
amargura su mala elección.
Yo sé, querida Vero, que tú hasdemostrado en to
do instante firmeza en tus decisiones y carácter, pero
consi ero necesario en este momento preciso —nund
ca es rá de más— subrayar la importancia de acogerta
te, sin cor apisa alguna y únicamente, a tu albedrío;
t
deshazte de toda atadura, no tomes en consideración,
de ninguna manera ni con ningún matiz, si a tus padres
o a perso a distinta de ti les gustaría que fueras...
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