Casa de los artistas

Otra fría tarde de otoño. Estoy cansado de tener que seguir las rutinas de los pagos domésticos y las diligencias intrascendentes. Hoy nuevamente, al regresar, paso los oscuros callejones, meencuentro las mismas grises personas y los odiosos pequeños comercios que están alrededor de mi monótono espacio habitacional. Gente que con seguridad padece las mismas vacías sensaciones que me molestan. Misector, al que llego después de caminar largamente desde el Obelisco por la Avenida 9 de julio. Llego a la calle Paraguay y recorriendo esta vía estrecha, incomoda repleta de viejas construcciones,mal mantenidas, con escasa iluminación y con andenes irregulares, a los que no termino de acostumbrarme a pesar de que de tanto recorrerlos ya me los sé de memoria. Para llegar a la entrada de mihabitáculo es necesario girar nuevamente a la derecha, ya que es un edificio esquinero, pasando por todo el frente de los varios comercios de barrio que ocupan el frente principal del edificio y quetanto me mortifican. En la fachada lateral, desapacible y fría encuentro la escalera que me permite el acceso a mi altillo, en donde tengo instalado mi “atellier”. Debo atravesar un largo corredor llenode obstáculos, que mis vecinos no tiene el más mínimo interés en remover. Siempre he pensado en qué es lo que me retiene allí, y hoy estoy sintiendo que es justamente ese anónimo descuido, lo que leproporciona un encanto, seguramente nada llamativo, pero que debe ser precisamente eso lo que me ata. Pero no solamente eso. También el sentir de que a pesar de no conocer ni tener relación alguna conlos demás habitantes del edificio, por el aspecto y algo más, es notorio que también en su mayoría son artistas y eso me gusta. Y es que probablemente tenemos en común un gusto por ese ambiente, talvez un poco sórdido pero que puede resultar inspirador para la creatividad. Sí, es eso.
Pero para mí no es lo único. Una vez adentro, a pesar del agotamiento en que me devolvieron las “vueltas”...