Casas muertas

Páginas: 6 (1306 palabras) Publicado: 20 de marzo de 2011
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Regresó Sebastián a Ortiz el domingo anunciado, y el otro y todos los domingos que siguieron. La primera visita a la casa de las Villena la hizo llevado por Panchito y Celestino. Pero, al segundo domingo, Celestino atisbó una mirada de Carmen Rosa al forastero, una mirada entre asustada y curiosa, entre maliciosa y tierna, y ya no volvió con ellos a contemplar las corolas rosadas de laspascuas del patio, ni a conversar trivialidades junto al pretil de los helechos. Tampoco volvió a aparecer Celestino por la tienda los días de labor, cuando Carmen Rosa estaba sola tras el mostrador, abatida por el bochorno espeso del mediodía. Ni le trajo más pájaros de ofrenda, ni pasó más al atardecer frente a su ventana, ni estuvo más de plantón en la plaza de Las Mercedes. Largo y triste como losfaroles de las esquinas se le veía ahora tan sólo a la puerta de la bodega de Epifanio, medio oyendo hablar a los otros, medio sonriendo cuando Pericote contaba una historia bellaca de fornicaciones y equívocos.
La presencia de Sebastián fue para Carmen Rosa el punto de partida de una extraña transformación en su manera de ver las cosas, de ver a los otros seres, de verse a sí misma. No cuando laascendieron a Hija de María, ni cuando la madre la llamó aparte para explicarle «Carmen Rosa, desde hoy tú eres una mujer», ni cuando leyó un libro de la señorita Berenice que le hizo entrever el misterio de la vida humana, sino ahora, a los dieciocho años, en la proximidad de este hombre moreno y atlético, impulsivo y valiente, comprendió Carmen Rosa que ya había dejado de ser la muchacheja quegolpeaba las aldabas de los portones y le tiraba piedras al indio Cuchicuchi.
Al principio, ni ella misma se dio cuenta. Llegaba Sebastián con Panchito, el domingo, después de la misa, cuando ella y Martica tenían aún las andaluzas puestas y los rosarios entre las manos. Y se sentaban los cuatro a hablar de los temas más diversos: de las frutas que les agradaba comer, de las pintas y de las mañasde los caballos, de cómo se moría la gente en los Llanos, de la lejana e inaccesible Caracas, del aún más inaccesible mar.
Sólo Sebastián había visto el mar. Se había bañado en sus aguas verdes y espumosas, una vez que estuvo en Turiamo.
—¿Es muy lindo, verdad? —preguntaba Carmen Rosa.
—Lindo precisamente no es. Es como la sabana, pero de agua. Da un poco de miedo cuando uno se queda solo conél. Y se nada más fácil que en el río.
Panchito refería entonces una historia de piratas y marineros que había leído en una novela de Salgari. Y Martica lo miraba arrobada, vistiéndolo de Sandokán con los ojos.
Pero después, tres o cuatro domingos más tarde, observó Carmen Rosa que Sebastián no captaba el sentido de sus palabras cuando ella hablaba, que estaba mirándola más que oyéndola, queandaba buscando con los ojos algo más ligado a ella misma que las palabras que pronunciaba.
—Qué bonitos los pañuelos que nos trajo el domingo pasado, Sebastián.
—Me alegro, me alegro —respondía él, ausente del contenido de la frase que ella había dicho, demasiado presente en la raíz de su voz.
Y observó también que, desde el lunes, ella comenzaba a contar los días al dictado de una nóminaarbitraria: «Faltan cinco días para el domingo, faltan cuatro para el domingo, faltan tres para el domingo, faltan dos para el domingo, mañana es domingo, domingo».
Un domingo no llegó Sebastián a Ortiz. Carmen Rosa estuvo esperando hasta el mediodía, con la andaluza puesta y el rosario entre las manos, simulando que libraba de hojas secas a las matas del patio. Panchito y Marta no le concedieronimportancia al hecho.
—Como que no viene Sebastián hoy —se limitó a decir Panchito—. Seguramente hay gallos buenos en Parapara.
Y Martica mirando a Carmen Rosa con sorna:
—O no lo dejó venir la novia.
Para Carmen Rosa aquella ausencia era signo de oscuros presentimientos. «Está enfermo», tuvo la certeza de ello y lo imaginó tumbado por la fiebre, solo y abandonado en una casa sin gente y sin...
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