Casas muertas

Páginas: 146 (36268 palabras) Publicado: 20 de mayo de 2016
Casas muertas es un clásico de la novela latinoamericana, que situó a Miguel
Otero Silva en un primerísimo lugar entre los escritores de su generación. Es la
crónica de un pueblo tropical, Ortiz, condenado a desaparecer por la
decrepitud de sus propias estructuras y el desánimo de sus antiguos
pobladores. Magistralmente escrita, con serenidad y concisión, pero también
con melancolía y momentosde concentrado lirismo, sus personajes cautivan
por su intensidad sin estridencias ni detalles superfluos.

Miguel Otero Silva

Casas muertas
ePub r1.1
Horus 12.12.14

Miguel Otero Silva, 1955
Diseño de portada: Joan Batallé
Editor digital: Horus
Corrección de erratas: bestiario
ePub base r1.2

Capítulo I

UN ENTIERRO
1
ESA MAÑANA enterraron a Sebastián. El padre Pernía, que tanto afecto leprofesó, se
había puesto la sotana menos zurcida, la de visitar al Obispo, y el manteo y el bonete
de las grandes ocasiones. Un entierro no era un acontecimiento inusitado en Ortiz. Por
el contrario, ya el tanto arrastrarse de las alpargatas había extinguido definitivamente
la hierba del camino que conducía al cementerio y los perros seguían con rutinaria
mansedumbre a quienes cargaban la urna o lesprecedían señalando la ruta mil veces
transitada. Pero había muerto Sebastián, cuya presencia fue un brioso pregón de vida
en aquella aldea de muertos, y todos comprendían que su caída significaba la
rendición plenaria del pueblo entero. Si no logró escapar de la muerte Sebastián,
joven como la madrugada, fuerte como el río en invierno, voluntarioso como el toro
sin castrar, no quedaba a los otroshabitantes de Ortiz sino la resignada espera del
acabamiento.
Al frente del cortejo marchaba Nicanor, el monaguillo, sosteniendo el crucifijo en
alto, entre dos muchachos más pequeños y armados de elevados candelabros. Luego
el padre Pernía, sudando bajo las telas del hábito y el sol del Llano. En seguida los
cuatro hombres que cargaban la urna y, finalmente, treinta o cuarenta vecinos de
rostrosterrosos. El ritmo pausado del entierro se adaptaba fielmente a su caminar de
enfermos. Así, paso a paso, arrastrando los pies, encorvando los hombros bajo la
presión de un peso inexistente, se les veía transitar a diario por las calles del pueblo,
por los campos medio sembrados, por los corredores de las casas.
Carmen Rosa estaba presente. Ya casi no lloraba. La muerte de Sebastián era
sabida portodos —ella misma no la ignoraba, Sebastián mismo no la ignoraba—
desde hacía cuatro días. Entonces comenzó el llanto para ella. Al principio luchó por
impedir que llegara hasta sus ojos esa lluvia que le estremecía la garganta. Sabía que
Sebastián, como confirmación inapelable de su sentencia a muerte, sólo esperaba ver
brotar sus lágrimas. Observaba los angustiados ojos febriles espiándole elllanto y
ponía toda su voluntad en contenerlo. Y lo lograba, merced a un esfuerzo violento y
sostenido para deshacer el nudo que le enturbiaba la voz, mientras se hallaba en la
larga sala encalada donde Sebastián se moría. Pero luego, al asomarse a los corredores
en busca de una medicina o de un vaso de agua, el llanto le desbordaba los ojos y le

corría libremente por el rostro. Más tarde, en lanoche, cuando caminaba hacia su casa
por las calles penumbrosas y, más aún, cuando se tendía en espera del sueño, Carmen
Rosa lloraba inacabablemente y el tanto llorar le serenaba los nervios, le convertía la
desesperación en un dolor intenso pero llevadero, casi dolor tierno después, cuando el
amanecer comenzaba a enredarse en la ramazón del cotoperí y ella continuaba tendida,
con los ojosabiertos y anegados, aguardando un sueño que nunca llegaba.
Ahora marchaba sin lágrimas, confundida entre la gente que asistía al entierro.
Habían dejado a la espalda las dos últimas casas y remontaban la leve cuesta que
conducía a la entrada del cementerio. Ella caminaba arrastrando los pies como todos,
en la misma cadencia de todos, pero se sentía tan lejana, tan ausente de aquel desfile
cuyo...
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