Cashore Kristin Los Siete Reinos 02 Fuego
Annotation Treinta años antes de que Graceling salvara su reino...Al otro lado de las
montañas al este de los Siete Reinos en una tierra rocosa y asediada por la guerra que
se llama Dells, Fuego tiene 17 años y es la última monstruo del reino con forma
humana. Es preciosa en cuerpo y mente, tiene una cabellera de color rojo brillante que ondea al viento como una llama y comparte el poder de leer la mente y ejercer su
influencia silenciosa sobre los humanos con sus congéneres, pero tiene un gran
defecto que hace que estos no confíen en ella, la odien, la aparten: sabe distinguir
entre el bien y el mal. Cuando la conspiración estalla para derrocar al rey, Fuego
deberá elegir entre la fidelidad a los suyos y el amor por un príncipe en cuya cabeza no
puede penetrar. Kristin Cashore
Fuego
Traducción de
Mila López DíazGuerra
Rocaeditorial
Título original: Fire
© Kristin Cashore, 2009
Primera edición: abril de 2010
© de la traducción: Mila López DíazGuerra
© Ilustración de portada de Kelly Eisman, 2009.
Diseño de cubierta reproducido con permiso de Dial Books for Young Readers, un sello de Penguin Young Readers, parte de Penguin Group (USA) Inc.
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Para mi hermana pequeña,
Catherine, el pilar (corintio)
de mi corazón
Elegía valense
Se apagó tu fuego cuando miraba a otro lado,
sólo me dejó cenizas que dispersar en el polvo.
Del milagro que eras, qué gran despilfarro.
En mi fuego vivo guardaré tu escarnio con el mío.
En mi fuego vivo guardaré tu quebranto con el mío,
por la afrenta de una vida desperdiciada sin motivo.
Prólogo Larch pensaba con frecuencia que, de no ser por aquel hijo recién nacido, habría sido
incapaz de superar la muerte de Mikra, su esposa. En parte se debía a que la criatura
necesitaba un padre vivo y activo, que se levantara por las mañanas y trabajara como
una bestia de carga todo el día, y en parte, por la manera de ser del propio niño, pues
era una criatura tan buena, tan tranquila, cuyos gorjeos y arrullos tenían un sonido tan musical... Por no hablar de los ojos, de un color castaño oscuro, iguales que los de su
madre muerta.
Larch, que era guardabosque en el predio ribereño de un noble de escasa categoría,
en el reino sudoriental de Monmar, cabalgó sin descanso todo un día para regresar a
su casa, y al llegar, dominado por los celos, arrebató al niño de los brazos de la
nodriza. Aunque estaba sucio y apestaba a sudor y a caballo, el hombre acunó a la criatura contra su pecho, se acomodó en la vieja mecedora de su esposa, y cerró los
ojos. Lloraba de vez en cuando, y las lágrimas, al deslizarse por el mugriento rostro, le
dejaban unos surcos muy bien definidos en la piel, pero era un llanto silencioso a fin de
escuchar los sonidos que emitía la criatura. Ésta lo observaba, y su mirada era un lenitivo para el padre. Pero la nodriza comentó que no era habitual que un bebé tan
pequeño enfocara ya la vista.
—No es motivo de alegría que un recién nacido tenga los ojos raros —le previno la
mujer.
Larch no veía razón para preocuparse por ello porque la nodriza ya lo hacía por los
dos, puesto que, conforme a la costumbre que seguían de forma tácita las parejas de ...
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