castellano
La señora Marta ocupaba una pequeña
vivienda de las afueras del pueblo. En realidad se
trataba de una zona apartada cuya carretera de
acceso terminaba en la falda de la montaña, lo que
justificaba que jamás se viera por allí ninguna cara
desconocida.
Lo más destacado del lugar eran el aburrimiento y la falta de noticias locales, ya que
nunca pasaba nada distinto de lo que ocurría el día anterior. El robo de las joyas de la
señora Marta representó, por tanto, algo histórico en la localidad, pues probablemente era la primera vez que se producía un hecho tan extraordinario.
Las circunstancias del robo extrañaron a todos, en especial porque la anciana no abría la puerta de su casa a nadie, incluidos sus propios vecinos, a los cuales atendía desde
una ventana. Apenas salía a la calle, si acaso para cuidar su jardín, y lo hacía tomando toda
clase de precauciones. Ni siquiera se movía de casa para comprar, todo lo que necesitaba
lo encargaba por teléfono y se lo llevaban a domicilio.
Aquel día, al parecer recibió tres visitas: el repartidor del mercado con la compara
habitual, un vendedor de libros que la visitaba todos los meses para traerle las últimas
novedades editoriales y una nueva vecina del pueblo para devolverle una regadera que la
anciana le había prestado unos días antes. Cualquier otro visitante que se hubiera acercado
a la casa habría sido visto y un gran número de personas habrían podido describir sin
ningún problema a quien su hubiera acercado por allí, con todo lujo de detalles.
Ya en la casa,
el Inspector de
policía
Sánchez,
comprobó que ese
día la señora Marta
recibió del mercado
dos paquetes de
leche y algunas
verduras
llevadas
desde
el
supermercado de la
localidad, el mozo del
reparto ...
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