castellano
alieron Susana y Juan Patricio del rancho y caminaron largo rato en
silencio, atravesando los sombrados. Clareaba el día, entre una modorra
de niebla y de vaho húmedo y tibio. El valle, cuadriculado en campos de cañas y
en maizales, descendía con leve inclinación al río. Subiendo la rampa, guiaban
hacia los edificios y corrales de la finca por una senda estrecha, trazada como
una líneade tiza en el verdor obscuro de las sementeras. Cerca de ellos, a un
lado del camino, gorgoteaba el hilo de agua de una acequia, gargajeaban los
pájaros saltando entre las ramas de los árboles crecidos en medio de los
canteros, y lagrimeaban las hojas y las altas hierbas claras gotas de rocío. La brisa
traía, intermitente, el rubio de máquinas funcionando, rugidos de vacas, gritos dejayanes, multiplicados raídos que anunciaban el despertar.
Juan Patricio miró el horizonte: el cielo invernizo de color ceniciento se
aclaraba lentamente; el sol, oculto por un espeso celaje, pintaba un rebordo
rojizo en la crestería redonda de los montes de Cubiro; las brumas bajas
ocultaban las copas de los árboles en las cercanas colinas; brillaba la estrella de
una hoguera. El hombre,señalándole, dijo a su compañera:
- La casa de Juan
- La casa de Juan — repitió ella con voz lenta y cantarina.
Continuaron andando sin hablarse. Se acentuaban los rumores, cobrando
vida plena, precisándose unos de otros. Los jornaleros llegados empezaban a
remover la tierra, a cortar la caña, al escarbar en los plantíos se oía el traqueteo
de carros en marcha, el tintineo metálico de las azadas, eldesyerbarse de las
raíces, y sonaba el golpe rítmico de los machetes tronchando los morados talles
medulosos, llenos de licor azucarado.
Terminaba la estrecha senda, enfilando por un callejón sombroso orillado
de camburales; caminaban presurosos, saltando pequeños baches, evitando el
barro negro de los anchos carriles. Se cruzaron con las carretas que bajaban en
busca de carga, una yunta debueyes barrosa, obscuro y conalón el uno, sardo
con greñas el otro, tiraba del primer carro. Un zambo viejo de cerdosa
pelambrera gris, saludó:
- Adiós Patricio; te cogió el sol.
- Adiós Michú, ¿y el amo?
- Todavía no se ha levantao
01
Una mueca de satisfacción conmovió el rostro del hombre, mestizo
lampiño, de ojos indios, tristes y hondos. Alargó más el paso, deseoso de llegar
pronto.Susana le seguía, remangadas la falda roja y la blanca enagua, exhibiendo
morena y apetecible la carne henchida de la pantorrilla. Tenía la piel del rostro
atezada por el sol, manchada con diminutos racimos de pecas, pero era una cara
fina, en la cual abrían sobre las hileras de menudos dientes unos labios rojos y
sensuales; el cabello negro y las pupilas de un claro matiz verde hacíancontraste.
Al saltar, vibraban los pechos, y turgentes, y el recogido traje se ajustaba a la
curva briosa de las caderas.
Hijo de una antigua criada de Don Rómulo Ibarra el dueño de la finca,
parecía Juan Patricio un hombre gestado entre dolores. Huérfano de pocos años,
sólo conoció a su madre, y socialmente no tuvo quien lo educase y le diera un
apellido. Aprendió a trabajar para comer; primerofue pastor de ovejas; luego,
mandadero de la hacienda al pueblo, ayudante en el trapiche, caporal de peones;
ahora, ordeñador de vacas. Notarlo eximido ahora de las más rudas faenas del
cultivo, lo consideraban los místicos era prueba de ciertas afinidad consanguínea.
Sin embargo, cuando chico no le habían faltado, como a todos los pilluelos sus
compañeros, los golpes y privaciones; en vecesanduvo errante, alimentándose
de frutas y de sobras de comidas en las vecinas propiedades, durmiendo en
caballerizas y bagacoras, o bajo los soportales, en las pulperías de los caminos,
aterido de frío y de congojo, en promiscuidad con malas mujeres, arrieros y
jayanes, olientes a chimó y aguardiente, que le maltrataban e injuriaban con
frecuencia.
Encogido y laborioso, no se alejó nunca...
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