Castillo de otranto
HORACE WALPOLE
EL CASTILLO DE OTRANTO
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CAPÍTULO 1
Manfredo, príncipe de Otranto, tenía un hijo y una hija: ésta, una bellísima doncella de dieciocho años, se llamaba Matilda. Conrado, el hijo, tres años menor, era un joven feo, enfermizo y de disposición nada prometedora. Aun así gozaba del favor de su padre, que nunca dio muestras de afecto hacia Matilda. Manfredo había concertado un matrimonio para suvástago con la hija del marqués de Vicenza, Isabella, la cual ya había sido puesta por sus custodios en manos de Manfredo, a fin de que pudieran celebrarse los esponsales en cuanto el estado de salud de Conrado lo permitiera. La impaciencia de Manfredo por esta ceremonia la advirtieron su familia y sus vecinos. La familia, conociendo bien el carácter severo de su príncipe, no se atrevió aexteriorizar sus reservas ante su precipitación. Hippolita, la esposa, una dama afable, alguna vez se había aventurado a comentar el peligro de casar a su único hijo tan pronto, considerando su corta edad y su pésima salud; pero nunca recibió más respuesta que reflexiones acerca de su propia esterilidad, pues había dado a su esposo un solo heredero. Los arrendatarios y súbditos eran menos cautos en suspalabras: atribuían aquella boda precipitada al temor del príncipe de ver cumplida una antigua profecía según la cual “el castillo y el señorío de Otranto
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HORACE WALPOLE
dejarían de pertenecer a la actual familia cuando su auténtico dueño creciera tanto que no pudiera habitarlo”. Eradifícil atribuir algún sentido a la profecía, y aún resultaba menos fácil concebir que tuviese algo que ver con el matrimonio en cuestión. Pero tales misterios, o contradicciones, en ningún caso disuaden al vulgo de su opinión. Los esponsales se fijaron para el día del cumpleaños del joven Conrado. La concurrencia se reunió en la capilla del castillo y todo estaba listo para comenzar el oficiodivino, cuando se advirtió la ausencia de Conrado. Manfredo, impaciente ante el mínimo retraso y no habiendo observado que su hijo se retirase, envió a uno de sus criados para que llamara al joven príncipe. El sirviente, sin tiempo siquiera para haber cruzado el patio que le separaba de los aposentos de Conrado, regresó corriendo, sin aliento, frenético, con los ojos desorbitados y echando espuma por laboca. No decía nada, pero señalaba el patio. Los presentes quedaron abrumados por el terror y la extrañeza. La princesa Hippolita, ignorante de lo que sucedía, pero ansiosa por su hijo, se desmayó. Manfredo, menos aprensivo que furioso por el retraso de la boda y por la estupidez de su doméstico, preguntó imperiosamente qué ocurría. El criado no respondió, pero continuó señalando hacia el patio.Finalmente, después de que se le dirigieran repetidas preguntas, exclamó: –¡Oh, el yelmo! ¡El yelmo! Mientras tanto, algunos concurrentes habían corrido al patio, desde donde se oía un confuso griterío que revelaba horror y sorpresa. Manfredo, que empezaba a alarmarse al no ver a su hijo, acudió en persona a informarse de la causa de tan extraño revuelo. Matilda no se ausentó, esforzándose enayudar a su madre, e Isabella se quedó con el mismo propósito, y también para evitar mostrar impaciencia por el contrayente, hacia el cual, en verdad, sentía escaso afecto.
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El castillo de Otranto
Lo primero que saltó a la vista de Manfredo fue un grupo de sirvientes tratando de levantar algo que le pareció un montón de plumas negras. Miró sin dar crédito a sus ojos. –¿Qué estáis...
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