castillos de carton

Páginas: 172 (42829 palabras) Publicado: 16 de noviembre de 2014







ALMUDENA GRANDES




CASTILLOS DE CARTÓN





































Índice


El Arte 3
El Sexo 13
El Amor 25
La Muerte 42









































El Arte

El tres es un número impar.
-Es para ti, María José... Jaime González. Después de trabajar más de quinceaños en el mismo departamento, todavía no había conseguido tener una secretaria para mí sola. Lorena, joven y atolondrada, pero voluntariosa, repartía su tiempo entre mis exigencias y las de Julián, un doctor en Historia del Arte, callado, taciturno y especialista en escultura barroca española -específicamente Alonso Berruguete-, que recepcionaba y tasaba más o menos de todo, igual que yo, perosufriendo. A mí, en cambio, y a aquellas alturas, lo mismo me daba el azar que la necesidad. La empresa me había contratado como experta en pintura contemporánea y me pasaba la vida valorando joyas isabelinas, bargueños, bronces franceses del XVIII, y lo que me echaran. Yo quería ser pintora y descubrí a destiempo que no tenía talento suficiente. Esas cosas siempre se descubren a destiempo, sólo sedescubren a destiempo, y no dejan espacio libre para descubrir ninguna otra cosa. Cuando renuncié, ni siquiera tenía veintidós años, pero hicieron falta muchos más para que lograra volver a sentirme tan vieja como en aquel momento.
-Pásamelo.
No puede ser Jaime González, me dije. Será alguien que se llame igual, él no. Y no tenía ni idea de quién podría compartir nombre y apellido con el únicoJaime González que existiría jamás para mí. Quizás ese chico uruguayo que me había traído una tabla de Torres García tan exquisita, tan perfecta, tan redonda, que había cerrado la puerta de mi despacho para intentar convencerle en voz baja de que se la quedara, porque era un pecado subastar una obra como aquélla. Quizás ese nuevo rico gallego al que le había tramitado la adquisición de un espejoveneciano por el que había pujado hasta pagar una cantidad exorbitante, muy superior a su precio real y digna desde luego de un tardío arrepentimiento. Quizás un cliente nuevo, joven o viejo, rico o pobre, heredero o propietario de cualquier obra de arte que podía tener, o no, el valor que le suponía, ese dineral que acariciaba por las noches antes de dormirse, fruto de una leyenda familiar o delingenuo cálculo de la revalorización que un galerista sin escrúpulos le había jurado por sus hijos que obtendría en el instante de pagar por ella. Claro que de vez en cuando aparece un Murillo auténtico en el desván de una casa de campo, pero incluso entonces, en un trabajo como el mío es muy difícil retener los apellidos, y casi nunca llego a conocer el nombre propio de las personas que me visitan. Elseñor tal, el señor cual, dice Lorena al abrir la puerta, y yo lo apunto en un papel para que no se me olvide. Luego, antes de salir, tiro todas esas notas a la papelera. Trato cada día con muchas personas a las que saludo y de las que me despido en el intervalo de una media hora, para no volver a tener noticia de ellos nunca más. Por eso, aquella mañana descolgué el teléfono con dedos perezosos,despreocupados, ignorantes del temblor con el que volverían a dejarlo en su lugar unos minutos después.
-Buenos días, soy María José Sánchez, ¿en qué puedo ayudarle?
Ésa era mi presentación habitual, y la solté con un acento tan neutro como si la tuviera grabada, pero nadie respondió a mi saludo. El silencio duró un par de segundos. Luego, una voz muy distinta a la mía, ronca, ligeramenteahogada y sin embargo familiar, me llamó por un nombre en el que hacía muchos años que no me reconocía.
-Hola, José.
-Jaime... -murmuré al principio, como si no pudiera confiar en la experiencia de mis oídos, y luego chillé, chillé de sorpresa y también de alegría, esa alegría incrédula, irreflexiva, que provocan las apariciones que llegan del otro lado, de la otra mitad del tiempo o de la...
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