CENIZAS PARA EL VIENTO cap. 2, 3, 4.

Páginas: 24 (5929 palabras) Publicado: 20 de marzo de 2013
CENIZAS PARA EL VIENTO.
El hombre tenía un aire cordialmente siniestro. Hacía por lo menos un cuarto de hora que trataba de explicarse, sin conseguirlo. Estaba sentado sobre un gran tronco de árbol, a la entrada de la casa. No se había quitado el sucio sombrero, un fieltro barato de color carmelita, y mantenía los ojos bajos, al hablar. Juan lo conocía bien. Era el hijo de Simón Arévalo y dela señora Laura. Un chico muy inquieto desde el comienzo. Pero no tanto como para suponer lo que se decía que estaba haciendo en la región, con viejos y buenos amigos de sus padres. Juan no lo creía, pero ahora... "Es mejor que se vayan”, repitió el hombre, con la mirada en el suelo, sin levantar la cabeza. Juan no respondió. Se hallaba de pie, a un metro de distancia del visitante. El día sepresentaba hosco, con nubes de plomo y una evidente amenaza de lluvias. Hacía bochorno. Juan miraba los campos por encima, más allá del sombrero del visitante: verdes, amarillos, pajizos, otra vez verdes, un verde más intenso que los otros, y luego un verde desleído. El valle se veía bien desde ese sitio. Era un buen sitio para verlo ondeante, verdeante con todas sus espigas, cuando el vientosoplaba. "¿Quién está ahí?". La voz de su mujer, lanzada desde la cocina le llegó aguda y clara. No respondió. El visitante seguía con la cabeza baja. Y con uno de los pies, forrado en un zapato polvoriento, amontonaba contra el otro un poco de tierra fina, hasta formar un montoncito que luego apisonaba con la suela cuidadosamente. "Lo mejor es que se vayan", repitió, levantando esta vez la cara. Juan lomiró. Y pensó que, sin duda, se parecía mucho al padre, salvo los ojos, olor de hoja de tabaco, iguales a los de Laura."¿Quién está ahí?", repitió la voz, ya más cercana. Y, en i puerta que daba al corredor de entrada, apareció Cari en con el chiquillo en los brazos. El hombre se levantó el tronco del árbol y maquinalmente se pasó una de las manos por las asentaderas. Luego se quitó el fieltro,salieron a relucir unos cabellos negros, espesos y alborotados. Parecía como si el peine no hubiera pasado por ahí n mucho tiempo. "Buenos días señora Carmen", dijo. El chiquillo jugaba con el cuello de la madre, tratando de hundir los dedos en esa blandura. Era una criatura de meses que olía fuertemente a leche de mujer y a pañal sucio. Juan no decía nada. Y el hombre se hallaba visiblementedesconcertado. Por unos segundos se pudo oír, perfecto, el silencio de los campos y en medio de ese silencio, los ruidos, siempre confusos, siempre latentes de la naturaleza. El valle palpitaba, intacto, bajo la hosca mañana. Pero ya vendrá el sol", pensaba Juan. "Bueno, ya me voy", dijo el visitante. Se despidieron. Carmen quedó silenciosa, mirando a su marido. El hombre se puso otra vez el fieltro,les volvió la espalda, caminó sin prisa y, al legar a la puerta de talanquera - diez, quince metros más allá de la casa -, la abrió con cuidado, produciendo a pesar de todo, el quejido característico de los goznes sin aceitar. Unos goznes ordinarios hechos en la herrería del pueblo."Debían irse". ¿Por qué? El hijo de Simón Arévalo y de difunta Laura había gastado casi media hora, tratando deexplicarlo. Pero qué confuso había estado. Esas cosas de la autoridad y de la política siempre eran complicadas. Y el hijo de Simón Arévalo tampoco las sabía bien a pesar de que ahora andaba en tratos con los de la autoridad, haciéndole mandados a la autoridad. "El muy bellaco", pensó Juan. "Dijo que si no nos íbamos antes de una semana vendrían para echarnos". "Tendrán que matarnos", respondió Carmen."Eso le dije", remató Juan, completamente sombrío. No hablaron más. Carmen se fue para la cocina, siempre con el chiquillo en los brazos, y Juan quedó otra vez solo, plantado como un árbol, frente a su casa. La vereda era pobre y la casa de Juan y el campo que la rodeaba no valían ciertamente la pena de que las autoridades se ocuparan de ella. No les iban a servir para nada: unos cuadros de...
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