Ceremonia secreta

Páginas: 31 (7683 palabras) Publicado: 29 de abril de 2013
Aún no había comenzado a clarear cuando la señorita Leonides Arrufat salió de su casa.
No se veía un alma en la calle.
La señorita Leonides caminó pegada a las paredes, los ojos bajos, el cuerpo tieso, el paso enérgico y casi marcial, como conviene que camine a esas horas una mujer sola si además es honesta y por añadidura soltera, aunque tenga cincuenta y ocho años. Porque nunca se sabe.(Pero, ¿quién se hubiera atrevido a abordarla? Vestida toda de negro, de pies a cabeza, en la cabeza un litúrgico sombrero en forma de turbante, al brazo una cartera que semejaba un enorme higo podrido, la figura alta y enteca de la señorita Leonides cobraba, entre las sombras, un vago aire religioso. Se la hubiera podido confundir con un pope que al abrigo de la noche huía de alguna roja matanza, sila sonrisa que le distendía los labios no mostrase que, por lo contrario, aquel pope corría a oficiar sus ritos).
Marchaba tan de prisa que las rodillas, filosas y puntiagudas, golpeteaban en la falda del vestido, en el ruedo del tapado, y vestido y tapado le bailaban alrededor de las piernas como una agua revuelta en la que chapotease, y de cuyas salpicaduras parecía querer salvar el ramito dehojas y de flores que sostenía reverentemente con ambas manos a la altura del pecho.
Al llegar a la casa de aquel niño paralítico que una vez le había sonreído depositó sobre el umbral de la puerta de calle una flor de pasionaria, inclinó la frente, y en voz alta rezó: “Oh, Señor, a cuya voluntad corren los momentos de nuestra vida, acoge las ruegos y ofrendas de tus siervos, que te imploran porla salud de los enfermos, y sánalos de todo mal”.
Siguió caminando.
En el balcón de la casa de Ruth, Edith y Judith Dobransky puso una rama de vincapervinca atada con una cinta rosa, y oró: “Que el Dios de Israel sea el tabernáculo de tu virginidad, oh doncella, y te salve de las tentaci
turándonos. Y después, del otro lado, la felicidad de perdonar, de reconciliarse, de llorar juntas).-Hipócrita. No te creo. Mientes. Para que sepas, he encontrado la carta de Fabián y la he leído.
-Mamá, mamá -lloraba Cecilia-, ¿qué carta?
-Ah, ¿todavía lo niegas? -y ella ya no podía más, ella también lloraba-. Ahora verás.
Rompió violentamente el capullo de sábanas donde todos sus gusanos maduraban, y no una mariposa, sino una águila levantó vuelo. Y ya corría como una enajenada hacia el dormitoriovecino cuando, de golpe, se detuvo. Pues un recuerdo, un recuerdo delgadísimo, apenas una astilla, una viruta, se había encendido entre la hojarasca de sus desaforados pensamientos y les había prendido fuego. La hoguera de la revelación la envolvió como a una mártir. ¡Ah, Leonides, Leonides Arrufat, tonta, mil veces tonta! ¿Qué estaba por hacer? Pero si la carta de Fabián no era reciente, unapelícula de polvo la cubría como a todos los objetos de aquella habitación clausurada sin duda desde hacía varios meses. De modo que el idilio con Fabián tampoco era reciente, los encuentros de Fabián no eran de ahora, el lunes próximo era un lunes ya pasado. Y la arpía no era ella, era otra.
Pasó otra vez delante de Cecilia, se refugió nuevamente en su capullo, se sintió avergonzada y locamentefeliz. Le parecía haber sorteado un grave peligro. Cerró los ojos. Estiró los brazos. Bajo las sábanas, sus dedos tropezaron con los dos sobres dirigidos a Cecilia.
-Querida -musitó con la voz gemebunda de un convaleciente-. Queridita.
Y cuando Cecilia acudió a su lado, con un quejido de total rendición le entregó los sobres. Pero la muchacha ni siquiera los miró. Sus ojos licuosos estaban fijos enla encogida crisálida. La aborrecible sonrisa volvía a espejearle entre los labios.
-Mamá -barboteó-, ¿quién es?... ¿quién es Fabián?
La señorita Leonides se ruborizó y no supo qué responder.
-Hijita -dijo aturdidamente, sin saber lo que decía, tanto como para salir del paso-, hijita, tengo hambre.
Cuando se quedó sola reflexionó.
Quién es Fabián, quién es Fabián. En la carta la llamada...
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