CERILLOS EN LA NIEVE
(de Sobredosis, Nitro/Press, 2002)
I
Entra en mí —dijo Ivana acariciando mi rostro con ternura. Sólo su mano podía ofrecer más calidez que sus fabulosos ojos pardos, viviendo víctimas de una temperatura infernal, un infierno frío.
El sol había elegido muy bien este inmenso pedazo de mundo para no posarse en él y convertirlo en cárcel. Mientras nosotros, pobres imbéciles,improvisábamos nuestro insignificante sol con poca leña.
De hecho, hace poco, durante la madrugada Jristoff y yo sentimos la diáfana mortaja de la muerte —envolviéndonos los huesos como un manto húmedo en temperaturas tan abajo del cero— que rascamos como ratas los maderos de la primitiva cabaña para procurarnos leña. Rascamos con las uñas, por encima de la risa y del llanto, es decir, riendo yllorando al mismo tiempo. Astillada la carne bajo las uñas, rascamos también con las cucharas. Nada nos importaba hacer un boquete en la pared, nos parecía que no podía entrar más frío.
Sin duda el clima nos estaba enloqueciendo: las paredes al menos detenían la ventisca y la nieve, ese soplido de la muerte. A ningún viento le habría sido difícil borrar el amarillo del fuego con un pincelazo de negroy restablecer el dominio del frío y de lo oscuro. Además, teníamos seis días de haber terminado nuestra provisión de cerillos: rascando podíamos obtener astillas, pero nada para encenderlas.
II
Tres días después arribó la esperada dotación de cerillos. Aún estábamos vivos. Nos extrañó que el paquete llegara envuelto en su papel estraza, como siempre, pero acompañado de una ración más. Tambiénel resto de nuestras provisiones llegaba en una proporción mayor. Como de costumbre, sin descender del jeep los soldados habían arrojado nuestros paquetes sobre la nieve —tres en vez de dos— y los recogimos para meterlos a la cabaña. Tres botellas de vodka, tres dotaciones de chocolate. Jristoff y yo nos miramos escudriñando las posibilidades. Dudamos que fuera una recompensa por el trabajo querealizábamos sin voluntad. Entonces el conductor del jeep nos llamó desde fuera. Allí estaba la respuesta, bajando de la parte trasera de otro jeep: Ivana.
El brillo abundante de sus cejas oscuras me golpeó el pecho como un mazo. Ella de inmediato agachó la mirada neurótica, se movió rápido y entró vociferando a la cabaña.
Aún afuera, perplejos, Jristoff y yo tardamos unos segundos en mirarnos denuevo a los ojos. Nada tenía que hacer una mujer entre nosotros. Algo debía estar sucediendo que las reglas se rompían: no sólo veríamos después de meses a una mujer, sino que viviríamos con ella. De haberlo sabido con anticipación, Jristoff y yo habríamos bromeado —muy en serio— sobre la importancia de sostener en nuestra vivienda la democracia que no existía en el exterior, y nuestra disposición acompartir la mujer.
Pero no pudo ser así.
El jeep reemprendió su recorrido. Con un movimiento de cabeza Jristoff me indicó regresar al interior. No sabíamos quién debía hablar primero, ni en qué idioma. Con su polaco natal y su pinche doctorado en literatura rusa, Jristoff aventajaba a mi español intrascendente y mi inglés de bajos fondos.
Reconocí que Jristoff habló con ella en polaco. En otrascircunstancias, el ruso habría sido más natural y más neutral culturalmente, pero nuestra particular localización geográfica no lo hacía del todo amigable. Así que Jristoff fue muy inteligente eligiendo primero el polaco. De cualquier modo, la mujer lo miró con rabia y, según vimos, sin entender una palabra. Contestó entonces en un idioma que Jristoff olió fugazmente. Pero eso bastó. Era otralengua euro-oriental, así que Jristoff sonrió y, sin temor a equivocarse, cambió al ruso para decirle nuestros nombres y nacionalidades, a lo que ella respondió escupiendo hacia los pies de cada uno.
III
Había varias formas de escapar, una de ellas era morir. Y había varias formas de morir, una de ellas era escapar. Como ejemplo de lo primero, sólo se necesitaba un poco de entusiasmo para atacar a...
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