Cervantes yu el niño interno
De las muchas y brillantes páginas que he leído sobre el Quijote pocas hacen verdadero hincapié en la visión de la vida como juego que, según yo lo siento, imanta el libro. Está la angustiada experiencia del ser-en-el-mundo de Unamuno, quien confundió al hidalgo manchego con su propia sombra exasperada. Está el Alonso Quijano fatalmente bibliómano de Borges, “que, como yo, nuncasalió de su biblioteca”. Está la muy española lección del vencido, la del desengañado retorno barroco de León Felipe. Está la universal consagración del loco que sucumbe al constatar que su reino no es de la tierra… Por mi parte, nada hay de revolucionario en el héroe de la Triste Figura: don Quijote jamás intenta cambiar el mundo sino, más bien, restituirle su perdida entidad sagrada. Y si bien escierto que su empresa descansa en haber transformado sus días en una obra de arte (un romance medieval, es decir, un laxo relato sin límites precisos de ningún tipo escrito en lengua vernácula), es, creo, la idea de espontánea creatividad liberadora - y no la de mero artificio poético - lo que mejor parece expresar el ultimátum dado a nuestro actual tiempo de catástrofe. Y ello es así porque en elcentro de esa desolada arcilla que es don Quijote hay escondido un niño incondicional y, muy en su fondo, invulnerable. Tomando distancia de la tradición que sólo podía extraer alguna sabia consolación misantrópica del derrotado, cara al endémico “desengaño” contrarreformista, Cervantes no suelta jamás del todo a ese pequeño ser olvidado, lleno de pavor inducido y de entusiasmo natural, quesobrevive, sin notarse a sí mismo, en el corazón metafísico de su ridículo caballero andante. El Quijote bien puede ser contemplado (y efectivamente lo fue) como un largo y sinuoso itinerario seguido a fin de esquivar el rostro incansable de la muerte, asunto que, al igual que la sexualidad, no termina de plantearse nunca extramuros del taboo. Prueba del aliento que el autor le confiere a esa tiernacriatura invisible hasta el amargo final al que arrastra al melancólico hombre que “frisaba con los cincuenta años”, es la decisión tomada por éste cuando ya las fuerzas de su imaginario enajenado comienzan a ceder frente a la “realidad”. Cervantes no disimula su urgencia ni dilata su aparición como signo escrito. El capítulo LXVII de la segunda parte lleva por título: “De la resolución que tomó donQuijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa…” Cuesta creer que el personaje no sea consciente de su derrota; sin embargo, aun en el tramo final de un proceso que, no exento de hiatos y saltos bruscos, había sido detonado acaso con “la extraña aventura… con el carro o carreta de Las cortes de la Muerte” (II, cap. XI) (cuyo nefasto “agujero...
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