Charles Dickens Tiempos dificiles
TIEMPOS DIFÍCILES
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Tiempos difíciles
Charles Dickens
LIBRO PRIMERO
LA SIEMBRA
CAPITULO I
LAS ÚNICAS COSAS NECESARIAS
-Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas
otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.
No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de losanimales
racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá
jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma
hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!
La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el
índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en susadvertencias, subrayando cada frase con una
línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador,
perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban
cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras.
Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, delabios finos, apretada. Contribuía
a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el
énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que
resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecidas a la costra de una tarta
de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en suinterior no tenían
cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos...,
hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo
mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.
-En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!
El orador, el maestro deescuela y la otra persona que se hallaba presente se hicieron atrás un
poco y pasearon la mirada por el plano inclinado en el que se ofrecían en aquel instante, bien
ordenados, los pequeños recipientes, las cabecitas que esperaban que se vertiese dentro de ellas
el chorro de las realidades, para llenarlas hasta los mismos bordes.
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Tiempos difíciles
Charles Dickens
CAPITULOII
EL ASESINATO DE LOS INOCENTES
Tomás Gradgrind, sí, señor. Un hombre de realidades. Un hombre de hechos y de números. Un
hombre que arranca del principio de que dos y dos son cuatro, y nada más que cuatro, y al que no
se le puede hablar de que consienta que alguna vez sean algo más. Tomás Gradgrind, sí, señor;
un Tomás de arriba abajo este Tomás Gradgrind. Un señor con la regla, la balanza y latabla de
multiplicar siempre en el bolsillo, dispuesto a pesar y medir en todo momento cualquier partícula de
la naturaleza humana para deciros con exactitud a cuánto equivale. Un hombre reducido a
números, un caso de pura aritmética. Podríais quizá abrigar la esperanza de introducir una idea
fantástica cualquiera en la cabeza de Jorge Gradgrind, de Augusto Gradgrind, de Juan Gradgrind o
de JoséGradgrind (personas imaginarias e irreales todas ellas) ; pero en la cabeza de Tomás
Gradgrind, ¡jamás!
El señor Gradgrind se representaba a sí mismo mentalmente en estos términos, ya fuese en el
círculo privado de sus relaciones o ante el público en general. En estos términos,
indefectiblemente, sustituyendo la palabra señor por las de muchachos y muchachas, presentó
ahora Tomás Gradgrind a TomásGradgrind a todos aquellos jarritos que iban a ser llenados hasta
más no poder con realidades.
La verdad es que, al mirarlos con seriedad centelleante desde las ventanas del sótano a que
más arriba nos hemos referido, daban al señor Gradgrind la impresión de una especie de cañón
atiborrado hasta la boca de realidades y dispuesto a barrer de una descarga a todos los pequeños
jarritos lejos de las...
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