CHRISTIAN MORGENSTERN

Páginas: 204 (50774 palabras) Publicado: 24 de abril de 2013
A veces se ve algo cien, mil veces,
antes de verlo de verdad por primera vez.

CHRISTIAN MORGENSTERN

1

Mi primera carta de amor acabó en una catástrofe. Yo tenía entonces quince
años y cada vez que veía a Lucille casi me desmayaba de amor.
Llegó a nuestro colegio poco antes de las vacaciones de verano, una criatura de
otra galaxia. Incluso hoy, muchos años después, me parece quetenía una magia
especial cuando apareció por primera vez delante de toda la clase, con su vaporoso
vestido azul cielo sin mangas y su largo pelo rubio enmarcando su carita con
forma de corazón.
Estaba muy tranquila, muy estirada, sonriendo, la luz pasaba a través de ella, y
nuestra profesora, madame Dubois, paseó la mirada por la clase con gesto
examinador.
—Lucille, de momento puedes sentarteal lado de Jean-Luc, hay un sitio libre
—dijo finalmente.
Se me humedecieron las manos. Un ligero murmullo recorrió la clase y yo miré
a madame Dubois como si fuera el hada buena del cuento. Pocas veces he tenido
en mi vida esa sensación que sólo se puede experimentar cuando la felicidad te
invade de forma totalmente inmerecida.
Lucille cogió su cartera y llegó casi levitando hasta mi banco,y yo agradecí de
todo corazón a mi compañero Étienne que hubiera sido tan previsor de sufrir una
complicada fractura de huesos en el brazo justo hacía sólo unos días.
—Bonjour, Jean-Luc —dijo Lucille con mucha educación. En realidad eran las
primeras palabras que pronunciaba, y la mirada franca de sus ojos claros, azules
como el mar, cayó sobre mí con el peso de una nube.
Con quince años yono sabía que las nubes pesan toneladas, y cómo iba a
imaginármelo cuando flotaban en el cielo tan blancas y ligeras como el algodón de
azúcar.
Con quince años yo no sabía demasiado.
Asentí, sonreí, e intenté no sonrojarme. Todos los demás nos miraron. Sentí que
la sangre se me acumulaba ardiendo en las mejillas, y oí que los demás chicos se

reían con disimulo. Lucille me sonrió como sino hubiera notado nada, lo que le
agradecí un montón. Luego se sentó con toda naturalidad en el sitio que le habían
adjudicado y sacó sus cuadernos. Amablemente, me eché un poco a un lado.
Estaba casi sin respiración y mudo de felicidad.
La clase comenzó, y de ese día sólo recuerdo una cosa: la chica más guapa de la
clase estaba sentada a mi lado, y cuando se echaba hacia delante y se apoyabaen
los brazos yo podía ver la pelusilla suave y clara de sus axilas y un trocito
diminuto de la piel blanca y delicada que llevaba hasta su pecho, oculto bajo el
vestido azul cielo.

Los días siguientes fueron un loco torbellino de felicidad. No hablaba con nadie,
me iba a dar largos paseos por la playa de Hyères, la pequeña ciudad en el extremo
sur de Francia donde nací, y lanzaba missentimientos desbordados por encima del
mar. En casa me encerraba en mi habitación y escuchaba música a todo volumen
hasta que mi madre aporreaba la puerta y me preguntaba a voz en grito que si me
había vuelto loco.
¡Sí, estaba loco! Loco de la forma más bella que se puede imaginar. Loco en el
sentido de loco. Nada estaba ya en el mismo sitio, yo el que menos. Todo era
nuevo, diferente. Con laingenuidad y el apasionamiento de un quinceañero,
comprobé que ya no era un niño. Pasaba horas y horas delante del espejo, me
estiraba y me observaba con mirada crítica desde todos los ángulos para ver si se
notaba.
Representaba imperturbable miles de escenas que mi febril imaginación creaba
y que acababan siempre de la misma forma: con un beso en la roja boca de cereza
de Lucille.
Derepente apenas podía esperar por las mañanas el momento de ir al colegio.
Llegaba un cuarto de hora antes de que el conserje abriera la enorme puerta de
hierro con la infundada esperanza de encontrarme a solas con Lucille. Ni una sola
vez llegó ella tan pronto.
Recuerdo que un día, en clase de matemáticas, dejé caer el lápiz siete veces
debajo del banco sólo para acercarme un poco más a mi...
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