ciencia
qué venís apresuradamente a celebrar esta sesión, lle-
vando en vuestras manos los ramos de los suplicantes?
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El humo del incienso,los cantos de dolor y los lúgubres
gemidos llenan a la vez toda la ciudad. Y yo, creyendo,
hijos, que personalmente y no por otros debía enterarme
de la causa de todo esto, he venidoespontáneamente, yo,
a quien todos llamáis el excelso Edipo. Habla, pues, tú,
¡oh anciano!, que natural es que interpretes los senti-
mientos de todos éstos. ¿Cuál es el motivo de esta reu-
nión? ¿Queteméis? ¿Qué deseáis? Ojalá dependiera de
mi voluntad el complaceros; porque insensible sería si
no me compadeciera de vuestra actitud suplicante.
Sacerdote. -Pues, ¡oh poderoso Edipo, rey de mipatria!, ya ves que
somos de muy diferente edad cuantos nos hallamos aquí
al pie de tus altares. Niños que apenas pueden andar;
ancianos sacerdotes encorvados por la vejez; yo, el sa-
cerdotede Júpiter, y éstos, que son lo más escogido en-
tre la juventud. El resto del pueblo, con los ramos de los
suplicantes en las manos, están en la plaza pública,
prosternados ante los templos deMinerva y sobre las
fatídicas cenizas de Imeno. La ciudad, como tú mismo
ves, conmovida tan violentamente por la desgracia, no
puede levantar la cabeza del fondo del sangriento tor-
berllinoque la revuelve. Los fructíferos gérmenes se se-
1 Ramos de olivo. 5
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Edipo Rey donde los libros son gratis
can en los campos; muérense los rebaños que pacen enlos prados, y los niños en los pechos de sus madres. Ha
invadido la ciudad el dios que la enciende en fiebre: la
destructora peste que deja deshabitada la mansión de
Cadmo y llena el infiernocon nuestras lágrimas y gemi-
dos. No es que yo ni estos jóvenes, que estamos junto a
tu hogar, vengamos a implorarte como a un dios, sino
porque te juzgamos el primero entre los hombres para...
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