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Páginas: 8 (1963 palabras) Publicado: 21 de septiembre de 2014
LAS VACAS DE QUIVIQUINTA
Francisco Rojas González
Del Libro “El Diosero”
Los perros de Quiviquinta tenían hambre; con el lomo corvo y la nariz hincada en los baches de las callejas, el ojo alerta y el diente agresivo, iban los perros de Quiviquinta; iban en manadas, gruñendo a la luna, ladrando al sol, porque los perros de Quiviquinta tenían hambre…
Y también tenían hambre los hombres, lasmujeres y los niños de Quiviquinta, porque en las trojes se había agotado el grano, en los zarzos se había consumido el queso y de los garabatos ya no colgaba ni un pingajo de cecina…
Sí, había hambre en Quiviquinta; las milpas amarillearon antes del jiloteo y el agua hizo charcas en la raíz de las matas; el agua de las nubes y el agua llovida de los ojos en lágrimas.
En los jacales de los corasse había acallado el perpetuo palmoteo de las mujeres; no había ya objeto, supuesto que al faltar el maíz, faltaba el nixtamal y al faltar el nixtamal, no había masa y sin ésta, pues tampoco tortillas y al no haber tortillas, era que el perpetuo palmoteo de las mujeres se había acallado en los jacales de los coras.
Ahora, sobre los comales, se cocían negros discos de cebada; negros discos que lagente comía, a sabiendas de que el torzón precursor de la diarrea, de los ―cursos‖, los acechaba.
— Come, mi hijo, pero no bebas agua —aconsejaban las madres.
— Las gordas de cebada no son comida de cristianos, porque la cebada es ―fría‖ —prevenían los viejos, mientras llevaban con repugnancia a sus labios el ingrato bocado.
— Lo malo es que para el año que entra ni semilla tendremos —dijoEsteban Luna, mozo lozano y bien puesto, quien ahora, sentado frente al fogón, miraba a su mujer, Martina, joven también, un poco rolliza pero sana y frescachona, que sonreía a la caricia filial de una pequeñuela, pendiente de labios y manecitas de una pecho carnudo, abundante y moreno como canterito de barro.
— Dichosa ella —comentó Esteban— que tiene mucho de donde y qué comer.
Martina rio conganas y pasó su mano sobre la cabecita monda de la lactante.
— Es cierto, pero me da miedo de que se empache. La cebada es mala para la cría…
Esteban vio con ojos tristones a su mujer y a su hija.
— Hace un año —reflexionó—, yo no tenía de nada y de nadie por que apurarme… A hoy directo somos tres… Y con el hambre que si ha hecho andancia.
Martina hizo no escuchar las palabras de su hombre; sepuso de pie para llevar a su hija a la cuna que colgaba del techo del jacal; ahí la arropó con cuidados y ternuras. Esteban seguía taciturno, veía vagamente cómo se escapaban las chispas del fogón vacío, del hogar inútil.
— Mañana me voy para Acaponeta en busca de trabajo…
— No, Esteban —protestó ella—. ¿Qué haríamos sin ti yo y ella?
— Fuerza es comer, Martina… Sí, mañana me largo a Acaponeta oa Tuxpan a trabajar de peón, de mozo, de lo que caiga.
Las palabras de Esteban las había escuchado desde las puertas del jacal Evaristo Rocha, amigo de la casa.
— Ni esa lucha nos queda, hermano —informó el recién llegado—. Acaban de regresar del norte Jesús Trejo y Magdaleno Rivera; vienen más muertos de hambre que nosotros… Dicen que no hay trabajo por ningún lado; las tierras están anegadashasta adelante de Escuinapa… ¡Arregúlale nomás!
— Entonces… ¿Qué nos queda? —preguntó alarmado Esteban Luna.
— ¡Pos ve tú a saber…! Pues ay dicen que viene maíz de Jalisco. Yo casi no lo creo… ¿Cómo van a hambrear a los de por allá nomás para darnos de tragar a nosotros?
— Que venga o que no venga maíz, me tiene sin cuidado ahorita, porque la vamos pasando con la cebada, los mezquites, losnopales y la guámara… Pero para cuando lleguen las secas ¿qué vamos a comer, pues?
— Ahí está la cuestión… Pero las cosas no se resuelven largándonos del pueblo; aquí debemos quedarnos… Y más tú, Esteban Luna, que tienes de quien cuidar.
— Aquí, Evaristo, los únicos que la están pasando regular son los que tienen animalitos; nosotros ya echamos a la olla el gallo… Ahí andan las gallinas sólidas y...
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