Ciencia
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—¡No! No quiero el mangostán. —Anderson Lake se inclina
hacia delante y señala con el dedo—. Quiero eso de ahí. Kaw pollamai nee khap. Lo que tiene la piel rojiza recubierta de pelos
verdes.
La campesina sonríe, dejando al descubierto unos dientes ennegrecidos por culpa de la nuez de areca, e indica una pirámide de
frutas apiladaa su espalda.
—¿Un nee chai mai kha?
—Correcto. Esos. Khap. —Anderson asiente con la cabeza y se
obliga a sonreír—. ¿Cómo se llaman?
—Ngaw. —La mujer pronuncia la palabra despacio en atención a los oídos extranjeros de Anderson, y le ofrece una pieza que
él acepta con el ceño fruncido.
—¿Son nuevos?
—Kha. —La mujer asiente para subrayar su afirmación.
Anderson le da vueltas a la fruta quesostiene en la mano, estudiándola. Parece más bien una extravagante anémona de mar o un
pez globo peludo que un fruto. Los ásperos filamentos verdes que
sobresalen por toda su superficie le hacen cosquillas en la palma.
La piel presenta el tono rojizo oxidado propio de la roya, pero al
olisquearlo no percibe el tufo característico a fruta podrida. A pesar de su aspecto, parece en buen estado.—Ngaw —repite la campesina. A continuación, como si pudiera leerle el pensamiento, añade—: Nuevo. Sin roya.
Anderson asiente distraído. A su alrededor, el soi del mercado
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empieza a llenarse de vida con los compradores de Bangkok más
madrugadores. El callejón está repletode pestilentes montones de
durios, y en los barreños chapotean peces con cabeza de serpiente
y plaa de aletas rojas. Los toldos de polímero de aceite de palma
se comban bajo los abrasadores embates del sol tropical y, con sus
logotipos de navieras de clíperes y los retratos de la venerada Reina Niña, dan sombra al mercado. Un hombre se abre paso a empujones, sosteniendo en alto por las patasvarias gallinas de cresta bermellón que aletean y cacarean ultrajadas de camino al
matadero; las mujeres, vestidas con pha sin de colores vivos, regatean con los vendedores y sonríen mientras intentan rebajar el precio del arroz U-Tex pirateado y las nuevas variedades de tomates.
Anderson es ajeno a todo esto.
—Ngaw —insiste la campesina, intentando establecer una conexión.
Los largos filamentosdel fruto retan a Anderson para que adivine su origen mientras le hacen cosquillas en la palma de la mano.
Otro éxito de la piratería genética tailandesa, igual que los tomates y las berenjenas y los pimientos que abundan en los puestos
adyacentes. Es como si las profecías de la Biblia grahamita se estuvieran haciendo realidad. Como si el mismísimo san Francisco
estuviera revolviéndose en sutumba, inquieto, preparándose para
volver a pisar la tierra, cargado con el botín de las calorías perdidas de la historia.
«Y las trompetas anunciarán su llegada, y nos será devuelto el
edén...»
Anderson vuelve a girar la extraña fruta peluda en su mano.
No desprende el hedor propio de la cibiscosis. Ni rastro de pústulas de roya. Ningún graffiti del gorgojo pirata grabado en su piel.
Aunquelas flores, las hortalizas, los árboles y las frutas del mundo entero constituyen la geografía de la mente de Anderson Lake,
sigue sin encontrar el letrero que podría ayudarle a identificar este
fruto.
Ngaw. Un misterio.
Indica por señas que le gustaría probar la fruta y la campesina
se la quita de las manos. Con el pulgar tostado rasga sin ninguna
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dificultad la corteza velluda y revela un corazón blanquecino.
Translúcido y venoso, su parecido con las cebollitas en vinagre
que acompañan a los vermuts en los clubes de investigación de
Des Moines es asombroso.
La mujer se lo ofrece de nuevo. Anderson aspira con recelo y
sus fosas nasales se inundan de una...
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