Cinco Horas con Mario

Páginas: 28 (6869 palabras) Publicado: 17 de marzo de 2014

ROGAD A DIOS EN CARIDAD
POR EL ALMA DE
D. Mario Díez Collado

que descansó en el Señor, confortado
con los Auxilios Espirituales,
el 24 de marzo de 1966,
a los 49 años de edad
— R. I. P. —
Su desconsolada esposa, doña María del Carmen Sotillo;
hijos, Mario, María del Carmen,
Álvaro, Borja y María Aránzazu; padre políti-
co, Ilmo. Sr. D. Ramón Sotillo; hermana, María
delRosario; hermanas políticas, doña Julia So-
tillo y doña Encarnación Gómez Gómez; tíos,
primos y resto de la familia doliente, participan
tan sensible pérdida y suplican una oración por
el eterno descanso del finado.
Misa de alma: Mañana, a las 8, en la Parroquia de San Diego.
Conducción del cadáver: A las 10.
Las misas Gregorianas se avisarán oportunamente.
Casa mortuoria: Alfareros, 16, pral.dcha.

Gráficas Pío Tello.




Después de cerrar la puerta, tras la última visita, Carmen recuesta levemente la nuca en la pared hasta notar el contacto frío de su superficie y parpadea varias veces como deslumbrada. Siente la mano derecha dolorida y los labios tumefactos de tanto besar. Y como no encuentra mejor cosa que decir, repite lo mismo que lleva diciendo desde la mañana: «Aún meparece mentira, Valen, fíjate; me es imposible hacerme
a la idea». Valen le toma delicadamente de la mano y la arrastra, precediéndola, sin que la otra oponga resistencia, pasillo adelante, hasta su habitación: —Debes dormir un poco, Menchu. Me encanta verte tan entera y así, pero no te engañes, bobina, esto es completamente artificial. Pasa siempre. Los nervios no te dejan parar. Verás mañana.Carmen se sienta en el borde de la gran cama y se descalza dócilmente, empujando el zapato del pie derecho con la punta del pie izquierdo y a la inversa. Valentina la ayuda a tenderse y, luego, dobla un triángulo de
colcha de manera que la cubra medio cuerpo, de la cintura a los pies. Dice Carmen antes de cerrar los ojos, súbitamente recelosa: —Dormir, no, Valen, no quiero dormir; tengo que estarcon él. Es la última noche. Tú lo sabes. Valentina se muestra complaciente. Tanto su voz —el contenido y el volumen de su voz— como sus movimientos, recatan una eficacia inefable:
—No duermas si no quieres, pero relájate. Debes relajarte. Debes intentarlo por lo menos —mira el reloj—. Vicente no puede tardar. Carmen se estira bajo la blanca colcha, cierra los ojos y, por si fuera insuficiente,se los protege con el antebrazo derecho desnudo, muy blanco, en contraste con la negra manga del jersey que la cubre hasta el codo. Dice:
—Me parece que hace un siglo desde que te llamé esta mañana. ¡Dios mío, qué de cosas han pasado! Y todavía me parece mentira, fíjate; me es imposible hacerme a la idea.
Aun con los ojos cerrados y preservados por el antebrazo, Carmen sigue viendo desfilarrostros inexpresivos como palos cuando no deliberadamente contristados: «Lo dicho»; «Mucha resignación»; «Cuídate, Carmen, los pequeños te necesitan»; «¿A qué hora es mañana la conducción?»
Y ella: «Gracias, Fulano», o «Gracias, Mengana» y ante las visitas eminentes: «¡Cuánto le hubiera alegrado al pobre Mario verle por aquí!» La gente nunca era la misma pero la densidad no decrecía. Era como elcaudal de un río. Al principio, todo resultó burdamente convencional. Caras largas y silencios insidiosos. Fue Armando quien quebró la tirantez con su chiste: el de las monjitas. Él había creído que ella no le oía, pero Carmen le oyó, e independientemente de ella, Moyano, desde su palidez lechosa, con el rostro enmarcado por una negra y sedosa barba rabínica, le censuró con una acre mirada muda.Pero ya nada volvió a ser tan tenso como antes. Las barbas de Moyano y su palidez de muerto hacían bien en el velatorio. En cambio el mechón albino de Valen detonaba. «Cuando me lo dijeron no podía creerlo. Si le vi ayer.»
Carmen se inclinaba y la besaba en las dos mejillas. En realidad, no se besaban, cruzaban estudiadamente las cabezas, primero del lado izquierdo, luego del derecho, y besaban...
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