Cinder. Cronicas lunares

Páginas: 388 (96827 palabras) Publicado: 5 de noviembre de 2013
A mi abuela, Samalee Jones,
con más amor del que jamás cabrá en estas páginas.

LIBRO PRIMERO
Se llevaron sus bellas ropas,
la vistieron con un viejo blusón gris
y le dieron unos zuecos.

Capítulo uno
El tornillo que le atravesaba la articulación del pie se había oxidado, y tenía tan desgastados los
surcos en forma de cruz de la cabeza que, en su lugar, solo quedaba una depresióncircular de
bordes irregulares. Le dolían los nudillos de la fuerza que ejercía en cada giro de destornillador,
intentando aflojar el tornillo. Cuando consiguió que asomara lo suficiente para poder arrancarlo
con la mano biónica de acero, el fino relieve en espiral había quedado completamente borrado.
Cinder arrojó el destornillador sobre la mesa, asió el pie por el tobillo y tiró con fuerza paradesencajarlo. De pronto saltó una chispa que le chamuscó las puntas de los dedos. Cinder soltó el
pie de golpe y se apartó rápidamente, por lo que este quedó colgando de una maraña de cables
rojos y amarillos.
Se recostó hacia atrás con pesadez y dejó escapar un gruñido de alivio. Una sensación de liberación
revoloteaba al final de los cables. Después de llevar cuatro años maldiciendo aquelpie que le venía
demasiado pequeño, juró no volver a ponerse aquel chisme nunca más. Ahora solo faltaba que Iko
no tardara demasiado en volver con el recambio.
Cinder era la única mecánica del mercado semanal de Nueva Pekín que ofrecía un servicio integral.
Sin letrero, lo único que delataba la naturaleza de su negocio eran las estanterías que llenaban las
paredes, abarrotadas de recambios deserie para androides. La tienda estaba encajada en un
recoveco sombreado, entre un comerciante de seda y un hombre que se dedicaba a la
compraventa de telerredes. Ambos solían quejarse del fuerte y desagradable olor a grasa y metal
que manaba del tenderete de Cinder, a pesar de que el aroma de los bollitos de miel de la
panadería del otro lado de la plaza solía disimularlo. Cinder sabía que,en realidad, lo que no les
gustaba era estar cerca de ella.
Un mantel lleno de manchas separaba a Cinder de los curiosos que se paseaban por delante. La
plaza estaba atestada de compradores y vendedores ambulantes, de niños y bullicio. De los gritos
de quienes intentaban regatear con tenderos robóticos, empeñados en que los ordenadores
rebajaran su margen de beneficio. Del zumbido de losescáneres de identidad y la monótona voz
que anunciaba la recepción del dinero cuando este cambiaba de cuenta. Del rumor de las
telerredes, que revestían los edificios y asfixiaban el aire con el murmullo de anuncios, noticias y
cotilleos.
La interfaz auditiva de Cinder amortiguaba el ruido y lo convertía en un susurro vibrante, pero ese
día no conseguía ahogar la persistente melodía que seimponía a todo lo demás. A pocos pasos de
su puesto, unos niños bailaban en corro cantando «cenizas, cenizas, todo se derrumba» y luego se
tiraban al suelo, riendo alborozadamente.
Una sonrisa se debatía en los labios de Cinder. No tanto por la cancioncita infantil —una canción
sobrecogedora sobre la peste y la muerte, que había recobrado popularidad durante la última
década y que le provocabacierto repelús— como por la satisfacción con que acogía las miradas
desaprobadoras que los transeúntes les dirigían a los niños, que, muertos de risa, les entorpecían el
camino con sus caídas. La molestia de tener que sortear los cuerpos que se retorcían en el suelo
provocaba los reniegos de los compradores. Solo por eso, Cinder adoraba a los niños.

—¡Sunto! ¡Sunto!
Se había acabado ladiversión. Cinder vio que Chang Sacha, la panadera, se abría camino entre la
gente, vestida con su delantal cubierto de harina.
—¡Sunto, ven aquí! Te he dicho que no quiero que juegues tan cerca de…
Sacha miró a Cinder, frunció los labios, cogió a su hijo por el brazo y dio media vuelta. El niño
gimoteó y fue tras ella arrastrando los pies mientras su madre le ordenaba que no se alejara del...
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