Clare Cassandra Cazadores De Sombras Los Origenes 1 Angel Mecanico
ÁNGEL MECÁNICO.
CASSANDRA CLARE.
AGRADECIMIENTOS
Muchas gracias por el apoyo familiar de mi madre y de mi padre, además del de
Jim Hill y Kate Connor; Nao, Tim, David y Ben; Melanie, Jonathan y Helen Lewis;
Florence y Joyce. Para los que leyeron, criticaron e indicaron los antagonismos: Clary, Eve Sinaiko, Sarah Smith, Delia Sherman, Holly Black, Sarah Rees Brennan,
Justine Larbalestier, montones de gracias. Y gracias a los que con su cara
sonriente y sus comentarios acertados me hicieron seguir un día más: Elka
Cloke, Holly Black, Robin Wahserman, Maureen Johnson, Libba Bray y Sarah
Rees Brennan. Gracias a Margie Longoria por su apoyo en Project Book Babe.
Gracias a Lisa Gold: Research Maven (http:/ / kusagikdresearc.worpress.com)
por su ayuda en desenterrar fuentes primarias difíciles de encontrar. Mi gratitud
eterna a mi agente, Barry Goldblatt; a mi editora, Karen Wojtyla, y a los equipos
de Simon & Schuster y Walker Books por hacer que sucediera. Y finalmente,
gracias a Josh, que hizo la colada mientras yo me dedicaba a revisar el libro, y sólo se quejó de vez en cuando.
CANCIÓN DEL RÍO TÁMESIS
Una pizca de sal
se cuela y el río crece,
adoptando el color del té,
hinchado para unirse a la hierba.
En sus riberas, las ruedas y los engranajes
de máquinas monstruosas
chirrían y giran, su fantasma interior
se desvanece entre los recodos,
susurrando misterios.
Todo minúsculo engranaje dorado tiene dientes, toda gran rueda mueve
un par de manos que sacan
el agua del río,
la devoran, la convierten en vaho,
compelen a la gran máquina a acelerar
bajo la fuerza de la disolución.
Despacio, la marea sube
y corrompe el mecanismo.
Sal, óxido y limo
ralentizan las piezas.
Por las orillas
los tanques de hierro
se mecen hasta sus amarres
con el hueco tañido
de una gigantesca campana
del bombo y cañón que grita como una lengua de trueno
bajo la que fluye el río.
ELSA CLOKE
PRÓLOGO
Londres, abril de 1878
El demonio explotó, salpicando icor y entrañas.
William Herondale retiró la daga que sujetaba, pero era demasiado tarde.
El viscoso ácido de la sangre del demonio ya había comenzado a corroer la
brillante hoja. William soltó una maldición y arrojó el arma lejos; ésta cayó
sobre un sucio charco y comenzó a humear como una cerilla recién apagada. El
demonio, claro, había desaparecido, de regreso a su infernal mundo, fuera cual
fuera, del que había venido, aunque no sin dejar rastros asquerosos tras él.
‐¡Jem! –llamó Will mientras se volvía‐. ¿Dónde estás? ¿Has visto eso? ¡Lo
he asesinado de un golpe! No está nada mal, ¿verdad?
Pero no hubo respuesta a su llamada. Sólo unos instantes antes, su
compañero de cacería se encontraba tras él en aquella calle húmeda y
retorcida, guardándole las espaldas, de eso Will estaba seguro; pero en ese
momento se hallaba solo entre las sombras. Frunció el ceño, molesto: era
mucho menos divertido alardear sin que Jem estuviera delante para oírle. Miró hacia atrás, hacia donde la calle se estrechaba y formaba un pasaje que acababa
a lo lejos, en las aguas negras y jadeantes del Támesis. Al fondo, Will llegaba a
ver las oscuras siluetas de los barcos amarrados, un bosque de mástiles como
un manzanar deshojado. Ni rastro de Jem por allí; quizá hubiera vuelto a Narrow Street en busca de una mejor iluminación. Will se encogió de hombros y volvió
por donde había llegado.
Narrow Street atravesaba Limehouse, entre los muelles del río y las
superpobladas barriadas que se extendían por el oeste hacia Whitechapel. Era
una calle estrecha, flanqueada por almacenes e inclinados edificios de madera.
En aquel momento se hallaba desierta; incluso los borrachos que solían
tambalearse de regreso a ...
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