Cnadida Erendira

Páginas: 11 (2547 palabras) Publicado: 8 de marzo de 2015
Cuando no hubo en el pueblo ningún otro hombre que pudiera pagar algo por el amor de Eréndira, la abuela se la llevó en un camión de carga hacia los rumbos del contrabando. Hicieron el viaje en la plataforma descubierta, entre bultos de arroz y latas de manteca, y los saldos del incendio: la cabecera de la cama virreinal, un ángel de guerra, el trono chamuscado, y otros chécheres inservibles. Enun baúl con dos cruces pintadas a brocha gorda se llevaron los huesos de los Amadises. La abuela se protegía del sol eterno con un paraguas descosido y respiraba mal por la tortura del sudor y el polvo, pero aún en aquel estado de infortunio conservaba el dominio de su dignidad. Detrás de la pila de latas y sacos de arroz, Eréndira pagó el viaje y el transporte de los muebles haciendo amores de aveinte pesos con el carguero del camión. Al principio su sistema de defensa fue el mismo con que se había opuesto a la agresión del viudo. Pero el método del carguero fue distinto, lento y sabio, y terminó por amansarla con la ternura. De modo que cuando llegaron al primer pueblo, al cabo de una jornada mortal, Eréndira y el carguero se reposaban del buen amor detrás del parapeto de la carga. Elconductor del camión le gritó a la abuela: – De aquí en adelante ya todo es mundo. La abuela observó con incredulidad las calles miserables y solitarias de un pueblo un poco más grande, pero tan triste como el que habían abandonado. – No se nota –dijo. – Es territorio de misiones –dijo el conductor. – A mí no me interesa la caridad sino el contrabando –dijo la abuela. Pendiente del diálogo detrásde la carga, Eréndira hurgaba con el dedo un saco de arroz. De pronto encontró un hilo, tiró de él, y sacó un largo collar de perlas legítimas. Lo contempló asustada, teniéndolo entre los dedos como una culebra muerta, mientras el conductor le replicaba a la abuela: – No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen. – ¡Cómo no –dijo la abuela–, dígamelo a mí! – Búsquelos y verá –seburló el conductor de buen humor–. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ve. El carguero se dio cuenta de que Eréndira había sacado el collar, se apresuró a quitárselo y lo metió otra vez en el saco de arroz. La abuela, que había decidido quedarse a pesar de la pobreza del pueblo, llamó entonces a la nieta para que la ayudara a bajar del camión. Eréndira se despidió del cargador con un besoapresurado pero espontáneo y cierto. La abuela esperó sentada en el trono, en medio de la calle, hasta que acabaron de bajar la carga. Lo último fue el baúl con los restos de los Amadises. – Esto pesa como un muerto –rió el conductor. –Son dos –dijo la abuela–. Así que trátelos con el debido respeto. – Apuesto que son estatuas de marfil –rió el conductor. Puso el baúl con los huesos de cualquier modoentre los muebles chamuscados, y extendió la mano abierta frente a la abuela. – Cincuenta pesos –dijo. La abuela señaló al carguero. – Ya su esclavo se pagó por la derecha. El conductor miró sorprendido al ayudante, y éste le hizo una señal afirmativa. Volvió a la cabina del camión, donde viajaba una mujer enlutada con un niño de brazos que lloraba de calor. El carguero, muy seguro de sí mismo, ledijo entonces a la abuela: – Eréndira se va conmigo, si usted no ordena otra cosa. Es con buenas intenciones. La niña intervino asustada. – ¡Yo no he dicho nada! – Lo digo yo que fui el de la idea –dijo el carguero. La abuela lo examinó de cuerpo entero, sin disminuirlo, sino tratando de calcular el verdadero tamaño de sus agallas. – Por mí no hay inconveniente –le dijo– si me pagas lo que perdípor su descuido. Son ochocientos setenta y dos mil trescientos quince pesos, menos cuatrocientos veinte que ya me ha pagado, o sea ochocientos setenta y un mil ochocientos noventa y cinco. El camión arrancó. – Créame que le daría ese montón de plata si lo tuviera –dijo con seriedad el carguero–. La niña los vale. A la abuela le sentó bien la decisión del muchacho. –Pues vuelve cuando lo tengas,...
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