COMENTARIO DE UN FRAGMENTO DE El coronel no tiene quien le escriba
Visita del coronel al abogado
FRAGMENTO:
Así que el sábado en la tarde el coronel fue a visitar a su abogado. Lo encontró tendido a la bartola en una hamaca. Era un negro monumental sin nada más que los dos colmillos en la mandíbula superior. Metió los pies en unas pantuflas con suelas de madera y abrió la ventana deldespacho sobre una polvorienta pianola con papeles embutidos en los espacios de los rollos: recortes del “Diario Oficial” pegados con goma en viejos cuadernos de contabilidad y una colección salteada de los boletines de la contraloría. La pianola sin teclas servía al mismo tiempo de escritorio. El coronel expuso su inquietud antes de revelar el propósito de su visita.
“Yo le advertí quela cosa no era de un día para el otro”, dijo el abogado en una pausa del coronel. Estaba aplastado por el calor. Forzó hacia atrás los resortes de la silla y se abanicó con un cartón de propaganda.
—Mis agentes me escriben con frecuencia diciendo que no hay que desesperarse.
—Es lo mismo desde hace quince años —replicó el coronel—. Esto empieza a parecerse al cuento del gallocapón.
El abogado hizo una descripción muy gráfica de los vericuetos administrativos. La silla era demasiado estrecha para sus nalgas otoñales. “Hace quince años era más fácil”, dijo. “Entonces existía la asociación municipal de veteranos compuesta por elementos de los dos partidos”. Se llenó los pulmones de un aire abrasante y pronunció la sentencia como si acabara de inventarla.
—Launión hace la fuerza.
—En este caso no la hizo —dijo el coronel, por primera vez dándose cuenta de su soledad—. Todos mis compañeros se murieron esperando el correo.
El abogado no se alteró.
—La ley fue promulgada demasiado tarde —dijo—. No todos tuvieron la suerte de usted que fue coronel a los veinte años. Además no se incluyó una partida especial, de manera que elgobierno ha tenido que hacer remiendes en el presupuesto.
Siempre la misma historia. Cada vez que el coronel la escuchaba padecía un sordo resentimiento. “Esto no es una limosna”, dijo. “No se trata de hacernos un favor. Nosotros nos rompimos el cuero para salvar la república”. El abogado se abrió de brazos.
—Así es, coronel —dijo—. La integridad humana no tiene límites. También esa historia la conocía el coronel. Había empezado a escucharla al día siguiente del tratado de Neerlandia cuando el gobierno prometió auxilios de viajes e indemnizaciones a doscientos oficiales de la revolución. Acampado en torno a la gigantesca ceiba de Neerlandia un batallón revolucionario compuesto en gran parte por adolescentes fugados de la escuela, esperó durante tres meses. Luego regresarona sus casas por sus propios medios y allí siguieron esperando. Casi sesenta años después todavía el coronel esperaba. Excitado por los recuerdos asumió una actitud trascendental. Apoyó en el hueso del muslo la mano derecha —puros huesos cosidos con fibras nerviosas— y murmuró:
—Pues yo he decidido tomar una determinación.
El abogado quedó en suspenso.
—¿Es decir? —Cambio de abogado.
Una pata seguida de varios patitos amarillos entró al despacho. El abogado se incorporó para hacerla salir. “Como usted diga, coronel”, dijo, espantando los animales. “Será como usted diga. Si yo pudiera hacer milagros no estaria viviendo en este corral”. Puso una verja de madera en la puerta del patio y regresó a la silla. —Mi hijo trabajó toda su vida —dijo elcoronel—. Mi casa está hipotecada. La ley de jubilaciones ha sido una pensión vitalicia para los abogados.
—Para mí no —protestó el abogado—. Hasta el último centavo se ha gastado en diligencias.
El coronel sufrió con la idea de haber sido injusto.
—Eso es lo que quise decir —corrigió. Se secó la frente con la manga de la camisa—. Con este calor se...
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