comentario
He asistido recientemente a dos coloquios sobre el lenguaje actual, en sendas ciudades. En ambos salió pronto a relucir, como de nuestro tiempo, la abundancia enorme de tacos en laconversación. Han invadido, en efecto, dos territorios que les estaban hasta hace poco vedados: el idioma de las mujeres y el de los niños. En el de aquellas, se evitaban enérgicamente como signo de feminidad;han sido conquistados ahora por muchas en nombre del feminismo. En cuanto a los infantes, cualquier osadía les dejaba huellas en los carrillos. Veo y oigo ahora, a veces, en radio y televisión,programas con niños que apenas balbucean, y no los prodigan menos que en una jornada de remonta.
Se me preguntó en aquellos coloquios por mi opinión sobre este rasgo de la conversación moderna. Pareceinútil descalificarlo en nombre de la urbanidad, concepto ya arcaico. Me acogí a mi propio sistema de valores, forjado en otra época. Habiendo sentido siempre el taco ajeno a la expresión femenina einfantil, no puedo escucharlo en una mujer o en una criatura sin sentir repeluzno. Es como si las viera alteradas y trocadas contra natura. Eso no ocurrirá, supongo, a quienes hayan vivido tal situación sinhaber conocido otra.
Pero no es esta cuestión, en que estética y ética andan entrelazadas, la que me suscita más preocupación. En el taco se coagula un mensaje irreprimible que no admite espera. Laemoción que suele producirlo no concede tiempo para formularla con mayor elaboración. Todos experimentamos ese impulso aunque sean muchos quienes pueden refrenarlo.
Sin embargo, veo con enorme alarmasu generalización como hábito, como forma de normal expresión, vaciado muchas veces de emotividad, vehículo simple de lo que no se sabría expresar de otro modo. Testimonio probable de una sociedadcon pensamiento tan elemental que no precisa lenguaje alguno para comunicarlo: le basta el eructo oral, tan próximo al regüeldo de los jaques* de antaño.
Fernando Lázaro Carreter, El dardo en la...
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