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El reloj de la estación de tren de Coruña estaba siempre parado en las diez horas menos cinco minutos. El chaval vendedor de periódicos tenia a veces laimpresión de que la aguja de los minutos, la mas larga, temblaba levemente hasta rendirse de nuevo sin poder con su peso, como ala de gallina. El niño pensaba que, en el fondo, el reloj tenia razón y queaquella avería eterna era una determinación realista. También a él le gustaría quedarse parado, pero no en las diez menos cinco sino cuatro horas antes, justo cuando su padre lo despertaba en la casuchaen que vivían en Eiris. Fuese invierno o verano, una nube de niebla se aposentaba en aquel lugar, una humedad compacta que parecía ir encogiendo la casa ano tras ano, combando el tejado, abriendogrietas en las paredes. El niño estaba seguro de que, por la noche, uno de sus tentáculos bajaba por la chimenea y se fijaba en el techo con sus grandes ventosas, dejando aquellas manchas circulares comoimágenes de cráteres de un planeta gris. El primer paisaje del despertar. El niño tenia que atravesar la ciudad hasta la Porta Real, donde recogía los ejemplares de La Voz de Galicia. A veces, eninvierno, corría para ahuyentarse el frio de los pies. Su padre le había hecho unas suelas con pedazos de neumático de coche. Cuando corría, el niño hacia runnn runnnn ruuuun para abrirse paso por entrela niebla.
Todos sabían que el espreso de Madrid llegaría con mucgo retraso. El niño no entendía muy bien por qué lo llamaban retraso si el tren siempre llegaba puntual dos horas después. Pero allíestaban todos, los taxistas, los maleteros, el viejo Betún, diciendo : Parece que viene con retraso.
A él le gustaría vender tabaco. Pero el niño solamente vendía periódicos. Pero ninguno deaquellos hombres iba a comprar el periódico. Solo uno, alto, con un traje viejo sin cortaba y un maletín de cuero gastado por las esquinas, se paro un instante y miro la primera pagina. Un titular en...
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