Condores No Entierran Todos Los Dias
GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZABAL
Tuluá jamás ha podido darse cuenta de cuándo comenzó todo, y aun-que ha tenido durante años la extraña sensación de que su martirio va a terminar por fin mañana en la mañana, cuando el reloj de San Barto-lomé dé las diez y Agobardo Potes haga quejar por última vez las cam-panas, hoy ha vuelto a adoptar la misma posición que lohizo un lugar maldito en donde la vida apenas se palpó en la asistencia a misa de on-ce los domingos y la muerte se midió por las hileras de cruces en el cementerio. Quizás tampoco vaya a tener conciencia exacta de lo que va a vivir, porque lleva tantos días y tantas noches acercándose cada vez más al final que mañana, cuando se produzca oficialmente la muer-te de su angustia, volverá a sentir porsus calles, por sus entrañas, el mismo terror que sintió la noche del veintidós de octubre de mil nove-cientos cuarenta y nueve, al oír los cinco balazos que acabaron con la vida de don Rosendo Zapata y le notificaron que los muertos que habí-an estado encontrando todas las mañanas en las calles, sin papeles de identificación y sin más seña de tortura que un tiro en la nuca, eran también de Tuluáy no de las montañas y veredas, como inútilmente habían querido mostrarlo. Fue el primer muerto oficial, como el de ma-ñana será el último, y aun cuando muchos han querido mostrarlo como el del comienzo de este transitar incierto de Tuluá, sus gentes saben muy bien que no es así porque la noción de muerte que ha llenado sus casas empezó antes de que el nueve de abril la chusma liberal colgara delas cuerdas del campanario a Martín Mejía, quemara el teatro Ángel, saqueara la ferretería de don Lucio y repartiera en el parque Boyacá las cincuenta y seis cajas de aguardiente que había en el estanco. Martín Mejía fue el único muerto de ese día y el único muerto conservador de muchos meses. Aunque jamás se metió en política y la -única vez que supieron de su conservatismo fue el día que llegóOspina Pérez y él prestó su carro negro para entrarlo desde Los Chancos hasta el parque; Tuluá no pudo olvidar en ese día que él era quien desde hacia doce años venia vendiéndoles con recargo cereales, abarrotes y paños. Por eso quizás lo colgaron del campanario y le vaciaron íntegramente su cadena de almacenes. Pero si ese nueve de abril, Tuluá sintió terror y vio arder las casas y esquinas que másle significaban en su historia de ciudad antigua, no lo tomó en serio, y una semana después construyó, por colecta, un mausoleo especial para Martín Mejía y contrató arquitec-tos para que las esquinas tradicionales volvieran a ser lo que habían si-do por siglos. De ese viernes nueve de abril, Tuluá no quiso grabarse ningún acto de depravación ni las caras de quienes encabezaban la tur-ba, pero sielogió y convirtió en una leyenda la descabellada acción de León Maria Lozano cuando se opuso, con tres hombres armados con ca-rabinas sin munición, un taco de dinamita que llevaba en la mano y una noción de poder que nunca más la volvió a perder, a que la turba in-cendiara el colegio de los salesianos e hiciera con los curas lo mismo que en las otras ciudades y poblados hicieron ese día: que loscolgaran de sus partes nobles, les echaran candela a sus sotanas o los hiciesen salir desnudos por las calles. León Maria Lozano, vendedor de quesos en la galería, lo impidió. Nadie, ni siquiera él, llegó a saber nunca cómo fue capaz de atajar la turba, y si Tuluá y él se preciaron por mucho tiempo de esa acción, fue más bien por el resultado obtenido en compa-ración con las otras partes dondealcanzó a hacer efectos la rebelión frustrada, y no por lo que en si ella significó como acción valerosa y dramática.
La turba había llegado hasta la esquina de misiá Mercedes Sarmiento. Allí había hecho la última parada antes de decidirse a atacar el colegio. Cuando llegó a ese punto, ya no era la escuálida fila india de desarra-pados que había quemado muy a la una y media de la tarde, apenas si...
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