Confesiones de una desvergonzada
iniciación a los placeres mundanos, narradas con humor, desenfado
y procacidad. Este libro pertenece a un subgénero que ha hecho
furor en los anales de la literatura erótica: el de las ingenuas
libertinas. Lucienne, su amoral protagonista, está siempre dispuesta
a asimilar las enseñanzas corruptoras de los de su edad y de losadultos. Su propio hermano, los amigos de éste, la criada, el médico
de la familia, un primo ingenuo, un cochero, un jardinero, sus
mejores amigas, un matrimonio de nobles...
Anónimo
Confesiones de una desvergonzada
¡Cómo me complace evocar de vez en cuando los momentos agradables de
mi juventud! ¡Me parecían tan dulces! ¡Fueron tan breves, tan
esporádicos, y los disfruté tan sin darmecuenta! ¡Ah! Su sólo recuerdo
devuelve a mi corazón toda la voluptuosidad y pureza que tanto necesito
para reavivar mi ánimo y soportar las fatigas que todavía habré de
conocer.
Jean—Jacques Rousseau, Las Confesiones, Libro IV.
Uno
Los ojos de la princesa se achican en presencia de vagas percepciones que
ella desearía fueran más precisas; su lengua recorre suavemente los labios
mientras ellacontempla con glotonería cosas prohibidas.
Péladan,
Le Vice supréme.
La culpa de todo cuanto me ha sucedido en la vida la tiene Panamá. En fin,
para ser exactos, de casi todo. Admito que no resulta agradable encontrarse,
a los dieciséis años, casi huérfana y sin dinero; pero no han faltado a
nuestro alrededor los casos de familias arruinadas por culpa del Canal, y no
todas sus hijas se hanconvertido en lo que yo soy. Hubiera podido, como
ellas, quedarme cosiendo con las monjas mientras esperaba pacientemente
que tía Wonne me encontrara un marido de su conveniencia. Ni joven, ni
guapo, ni tierno, sino más bien viejo y feo, pero con diez mil francos de
renta. Dadas las circunstancias, se habría conformado con cinco, y
apurando mucho, incluso con cuatro, pero con«posibilidades». El único
problema es que yo no me sentía inclinada a eso. A los diez mil francos,
cuartos de baño, un pequeño carruaje y una camarera, sí, por supuesto. Pero
un marido catarroso, hijos, la misa del domingo y las visitas de las vecinas
eran muy poco para mí. Y maridos, ¡he visto desfilar tantos por mi cama...!
No me quejo de los de las demás, pues no sólo me permiten vivir, sino que,
enno pocas ocasiones, incluso me proporcionan placer además de dinero.
Pero, precisamente ahí está el problema: de uno u otro modo, el dinero y el
placer se lo roban a sus legítimas esposas.
Lo bueno no existe sin lo malo, por supuesto; y de malo he recibido mi
parte, como tantas otras. Hoy, lo bueno ha ganado, pero, como decía mi
pobre papá, «no se está nunca seguro del mañana mientras no seestá
muerto, y ni siquiera después».
Mi padre sabía lo que se decía. En La Fourmi Framaise, la compañía de
seguros donde trabajaba como cajero, todos vivían con miedo al mañana; y
como era lo único que tenían para vender, cargaban las tintas hasta
convertir la inevitable pena en auténtico desastre. No les quedaba más
remedio. Por otra parte, papá reconocía que también hacían felices aalgunos. Sobre todo a algunas. Cuando la desgracia sobrevenía (porque,
tarde o temprano sobrevenía; sería maravilloso para las compañías que sus
clientes no se murieran nunca), los beneficiarios se presentaban en su
ventanilla con un recibo de la Dirección, y mi padre deslizaba bajo la rejilla
los cartuchos de luíses y los billetes del Banco de Francia que les
correspondían.
Un día, pagó una pólizade doce mil francos: veintidós billetes de
quinientos francos, de esos azules que son más grandes que una hoja de
libreta, y el resto en monedas de oro. «Para mis pequeños gastos», dijo la
dama. Aquello le dejó impresionado. Mil francos en oro era ya como para
volverse loco en nuestra situación; pero doce mil suponía su sueldo de
cinco años... Atendía uno o dos casos como ése a la...
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