Constancia Vidal
Constancia Vidal, viuda de Cantero, salió del rancho con una silla en la mano y se sentó en el patio, a la sombra de un árbol de paraíso. El patio era de tierra, con aquel árbol de paraíso y unos cuantos naranjos raquíticos. En el fondo, brillaban bajo el sol las dos chapas de zinc del techo de la letrina, rodeada ésta de trozos de arpilleras que hacían las veces de paredes. Voces y gritos demujeres y lloros de chicuelos brotaban de otros ranchos y patios vecinos, separados a veces unos de otros por temblequeantes cercas de tacuaras, y formando en su totalidad un intrincado laberinto de ranchos y patios en uno de los arrabales de Asunción.
- Buenos días, la patrona. ¿Hace tiempo llegaste? -dijo Olinda Rojas, la dueña del rancho, que entraba de la calle, al ver a Constancia. - No hace ni cinco minutos- Olinda Rojas, la dueña del rancho, que entraba de la calle, al ver a Constancia.
Venía Olinda cargada con una lata de kerosene llena de agua, que había ido a recoger en un pilón municipal allí cercano. Se agachó para colocar en el suelo la lata, que traía sobre la cabeza. El esfuerzo puso sus músculos y tendones tirantes como si fuesen a romperse.
Era Olinda Rojas un tipo de campesina, alta, enjuta y angulosa, con los tendones y venas en relieve bajo la piel reseca. De pie, y alzando los brazos huesudos y largos, se asemejaba a esos árboles chamuscados, que apuntaban al cielo sus ramas ennegrecidas.
- ¿Ocupado en un asunto?- preguntó Constancia a Olinda con un gesto en que la pregunta parecía hacérsela a sí misma.
Olindaacababa de decirle que Gilberto Torres había pasado más temprano por allí para avisar que esa mañana no vendía porque andaba muy ocupado en un asunto.
Era la primera vez que Gilberto faltaba a esas citas que desde un año atrás tenía con Constancia en el rancho de Olinda. Tanto Constancia como Gilberto vivían en Areguá, pero casi todos los días viajaban a Asunción. Aquélla, con el pretextode hacer compras o realizar gestiones de la sucesión de su marido Francisco Cantero. Gilberto obligadamente, porque daba lecciones de dibujo en una escuela particular.
Fue Constancia la que tuvo la idea de utilizar el rancho de Olinda para sus entrevistas con su amante. Conocía a Olinda desde año antes, cuando sirvió de cocinera en su casa de Asunción. A Gilberto le hubiera gustado mástener las citas en un amueblado, que por malo que fuese nunca sería tan caluroso e incómodo como el rancho. A Constancia, el sólo pensar que podía poner los pies en un amueblado le causaba espanto, porque le traía el recuerdo de su marido, que se había quitado la vida en la pieza de una de esas casas. Gilberto no creía que fuera esa la verdadera causa, y sospechaba que el aborrecimiento, larepugnancia de su amante por esos lugares debía tener otro motivo, que se lo ocultaba. Quizás existía una relación secreta entre el hecho extraño de que Cantero hubiese elegido un sitio así para suicidarse y la aversión incoercible de Constancia.
Tendría la viuda de Cantero alrededor de cuarenta y cinco años. Era de mediana estatura, ni delgada ni gruesa, un tanto desgarbada al caminar y moverse,y de aspecto sensual, incitante, voluptuoso. Más bien fea, de boca grande y dura, y de facciones vulgares, sin gracia, suplía su poca belleza y sus años con sus afeites, su coquetería y su preocupación por gustar, por atraer la atención de los hombres. En sus ojos de un gris verdoso había siempre una expresión provocativa o insinuante.
Se detuvo un rato en la puerta del rancho, pasándosenerviosamente la mano por la abundante melena teñida de un dorado tirando a cobrizo. La desasosegaba la falta de Gilberto. Se lo imaginaba en brazos de otra mujer más joven que ella. Le preguntó a Olinda en guaraní si Gilberto había venido solo. Sí, nadie lo acompañaba.
Entró Constancia en el rancho. Éste tenía una sola pieza, con el piso de tierra y el techo de zinc, del que se...
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