Constitución

Día lunes. Plaza Constitución. Las agujas del reloj marcan las siete treinta am. Hora Pico. Cientos de personas transitan el hall central y disparan en diferentes direcciones. Se cruzan, seatraviesan y se pierden entre la multitud. Algunos van, otros vienen. Ya está librado el escenario hacia un campo de batalla en el que la amabilidad no es moneda corriente: huye, se disuelve, se funde endiferentes enunciados: “mira por dónde caminas”, “despertate”, “dejen pasar”, “dale que se me hace tarde”. Toma fuerza ese susurro acosador propio de los días hábiles, frecuente en todos (los transitoriospasajeros) y que atormenta por las mañanas: tic tac, tic tac, tic tac. El reloj encarna el papel protagónico.
Largas hileras humanas se desprenden de las boleterías. Se agolpan. Con hastío, cadauno espera el turno de abalanzarse contra la ventanilla. Las gafas están de moda a estas horas. Unos llevan puestos auriculares, otros ojean el diario. Aunque la mayoría está pendiente de los teléfonoscelulares. Ese pequeño intruso que ha acabado con el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar en el que se encuentra. Ese aparato telegráfico parece una extensión del cuerpo y nadiepuede resistirlo. Se encuentran autistas, enajenados al accionar momentáneo.
En ese instante de observación la masa colisiona y se inmortaliza en un sinfín de direcciones.
En algunos minutos eseembudo humano se escurrirá y dejará entrever las fachadas del edificio: paredes revocadas, grafitis sobre ellas, columnas picadas, techos bañados en óxido, ventanales rajados. Aquellas expresionesrenacentistas que van perdiendo sus memorias ante el paso del tiempo. La búsqueda de una armonía equilibrada (con cornisas, pilastras o columnas enmarcadas) se disipa ante los “puestitos” de comida rápida,o ante aquellos carteles luminosos que apresan la atención de los transeúntes.
Siete treinta y cinco. Aquella aglomeración desaparece. Los que iban eligieron las bocas del subte o dirigieron...