contrato

Páginas: 6 (1393 palabras) Publicado: 22 de marzo de 2013
Aquel ensayista siempre criticó el exceso de citas textuales. Decía que si los escritores cobraran por las citas no se preocuparían por vender libros. También decía que apenas era necesario que un libro o un ensayo empezaran por un epígrafe para que él le negara incluso una lectura superficial. Por ello repudiaba las tesis universitarias, ese estero para las transcripciones, para la letra pequeñaque siempre desembocaba en una referencia al pie de página. Eso pensaba este ensayista, antes de que un autoritario gobierno de derecha ordenara quemar todas las novelas, libros de cuentos, poesía y teatro de este país. Antes de que en ese mundo devastado, la literatura sólo pudiera reconstruirse a través de las citas textuales de las tesis universitarias.

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Fue durante la fiesta de unCongreso de Letras cuando un ensayista tuvo la revelación que le hizo cambiar su vida. Entre el humo de cigarrillos, discusiones semióticas y una mujer ebria que a lo lejos bailaba concluyó que de no ser por el ansia de sexo ocasional y por Juan Rulfo, no tendría nada en común con esas personas. El súbito ruido de conversaciones inconexas le hizo cuestionarse si en verdad tenía algo que platicar conellos. La chica más atractiva de la fiesta casi lo abofeteó cuando confundió a Subirats con Saborit, pero eso no los hizo siquiera un poco enemigos. Entonces pensó que Jonathan Franzen tenía razón cuando dijo: “La primera lección que enseña la lectura es a estar solo”.

¿Cómo diablos hablar de literatura en estas circunstancias?, pensó, ¿qué hacer cuando de las 40 ponencias de un Congreso, 39habían hablado de libros que él nunca había leído? Mientras recordaba los extensos títulos con que los estudiantes apelaban a la objetividad, pensó que después de todo ellos sí tenían un territorio en común: la teoría literaria. Ante el universo en expansión de autores y obras, de libros imprescindibles que se publicaban cada hora, siempre estaban Genette y aquel muchacho Bajtin para rescatarlos.3

Los textos de cierto ensayista, divertidos análisis de la realidad inmediata, le habían asegurado una singular fama de peatón inteligente. Llenos de descripciones irónicas y precisas, sus artículos conformaban una suerte de guía para perderse en la ciudad, ésa a la que él llamó “la urbe perfecta para resignarse a vivir”. Sus lectores pensaban en él como el paseante sagaz, que escudriñaba lasesquinas en busca de un portento. Nada más alejado de la realidad. El flâneur es un fingidor, pensó alguna vez este ensayista que nunca supo dar instrucciones a los transeúntes perdidos y que en realidad vagaba sólo porque pasear daba el suficiente tiempo para ensimismarse.

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¿Qué decir de un libro?, se preguntó un joven ensayista que se había titulado en Letras, sin hacer tesis. ¿Por quéla gente siempre espera que podamos decir algo después del punto final de una obra?, ¿por qué nadie acepta que a veces te quedas sin palabras, saboreando ese silencio de la última página, como si terminara un concierto y fuera tuya la única butaca? ¿Siempre habrá la necesidad de matizar la opinión, ordenar argumentos, fijar desaciertos y no simplemente disfrutar el estupor, el desgano, acumulandoel necesario impulso para regresar al mundo? Qué difícil disertar sobre un libro, decía. Desde pequeños aprendimos las obligaciones de no quedarnos callados, como al final de la clase donde todos los alumnos nos golpeábamos con el codo para ver quién era el primer idiota que le preguntaba al maestro. Los libros merecen a veces tan pocos comentarios como el mundo donde es posible leerlos.

5Alguna vez oí la historia de un ensayista que no mencionaba autores. Le parecía obsceno hacer libros sobre Mann, Rulfo o Turgueniev, antecediendo fórmulas como “Una lectura de” o “Un acercamiento crítico a”. Le parecía deshonesto aprovechar esos nombres célebres para hacer un poco más visible el nombre propio en el estante. Siempre habrá algún tipo, decía, que buscando a Lowry nos encuentre a...
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