Coraz N De MARIPOSA
Corazón de MARIPOSA
A todas las princesas de hielo
que sin saberlo construyen
una cárcel con sus huesos.
Las palabras de Marcos –pidiéndome desesperadamente que lo escuche– me llegan ahogadas a través del auricular de mi teléfono móvil. Su voz, de pronto metálica, confluye en el aire con los jadeos de mi respiración agitada hasta desaparecer. Me he colgado la mochila de los hombrosy he cruzado la puerta del aulario. Estoy fuera, en la calle, bajo el cielo gris. Una brisa gélida me revuelve el pelo.
Empiezo a correr. No sé adónde voy. Me pongo los cascos para no tener que escuchar el runrún incesante de mis pensamientos, para dejar atrás sus excusas venenosas, susurradas entre el eco de las calles de Dublín.
Camino sin rumbo por las calles comerciales. Me estoy perdiendo unaclase de Crítica Literaria cuya asistencia suma casi un cuarto de la nota final, pero yo solo puedo pensar en los kilómetros, en la distancia y en las despedidas que llegan demasiado pronto. Aún tengo el olor del perfume de Marcos en lo más hondo de mis fosas nasales, como si estuviese abrazándome por detrás, como hacía hace… ¿Cuánto hace ya que se fue? El líquido salado de mis lágrimas me divideel rostro en tres partes.
Entro en un bar con las paredes revestidas de negro y, en el servilletero metálico, escudriño mi rostro. Mil insultos cruzan mi mente en un segundo: fea, gorda, estúpida, zorra, fracasada, penosa, niñata, patética…
El tiempo pasa muy despacio. Estiro un pie, me acerco al baño. Mis zapatillas de deporte rosas se quedan pegadas en el suelo, sucio, al pisar un chicle.Respiro y abro la puerta. Cierro los ojos. No me queda nada.
INVIERNO
Coge esas alas rotas
y aprende a volar.
The Beatles
2.000 calorías
Todos creen que he intentado suicidarme. Probablemente, incluso, estuviesen esperándolo. Quizá porque Marcos acaba de dejarme, porque hace ya un año que papá se fue, porque resultaba inevitable que algún día quisiese cruzar la línea queconduce al infierno. Pero no es cierto. Nada de eso es cierto.
Al coger aquella navaja, después de que Marcos pronunciase las cuatro palabras definitivas («deberíamos darnos un tiempo»), no pensaba en acabar con mi vida; ni siquiera era consciente de que eso fuese posible. Solo quería que todo ese odio que llevaba dentro se disipase, fluyese libre como la sangre rojo fresa que corría por mismuñecas.
Y ha ocurrido. He despertado en una habitación blanca como mi futuro, como las vendas que me ocultaban mis heridas, como el rostro de mi hermana, que me miraba con los labios fruncidos en una expresión de desencanto desde la butaca azul de las visitas. Allí sigue ella, escudriñándome con una ceja arqueada. Aquí sigo yo, incapaz de moverme o respirar.
El fluorescente del techo tintinea como unaluciérnaga, tiñendo mi campo visual de plateado. Creo que solo llevo unas horas en este lugar, aunque a mí me parece una eternidad.
–No he avisado a mamá –dice Blanca poniéndose en pie y haciendo que su larga melena castaña ondee en el aire. La cabeza me da vueltas.
–No he intentado suicidarme –afirmo con suavidad. Ella parpadea, hundiendo las manos en los bolsillos de su rebeca llena depelotillas–. Ya se lo he explicado a la doctora, pero no me hace caso.
–Suspiro, intentando mostrarle mis heridas cerradas. Luego recuerdo que todavía me tienen prisionera en esta cárcel que huele a medicinas y a guantes de látex. Un cuadro de Delacroix, cuya parte derecha aparece velada debido a la cegadora luz del sol que entra a través de la ventana, me sonríe desde la pared pálida que se extiende antemí. No se me ocurre a qué clase de mente enajenada ha podido parecerle una buena idea colgar una obra del romántico en una habitación de la planta de psiquiatría–. ¡Mira! Los cortes son horizontales. Habría sido imposible que me desangrase.
–Relajo los hombros, pero Blanca sigue sin escucharme–. Anda, díselo a la doctora. Camina en círculos sobre las baldosas grises del suelo, repasando las...
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