Coyote 13

Páginas: 8 (1861 palabras) Publicado: 10 de octubre de 2011
COYOTE 13
Arturo Souto
RODABA EL SOL DETRAS DEL HORIZONTE, DEJANDO una línea de fuego violeta en los confines del desierto; remolinos de viento levantaban polvorientas espirales en las llanuras; nacía Venus cintilante en una esquina sombría del cielo. Y el vaquero Juan, al paso cansino de su caballo exhausto, venía tocando un ritmo melancólico en las cuerdas tensas de la guitarra. Doblado elcuerpo hacia el arzón, con el sombrero en la nuca, baja la vista sobre el cuello sudoroso de la bestia, cantaba el vaquero una canción triste de los llanos. Aquí y allá, engarzando en cualquier punto de la melodía, brotaba el monólogo del solitario. Trece horas de caballo, a la zaga del ganado fantasma; trece horas de jinetear la llanura, guiándose por el sol; trece horas de cuero, de polvo y desudor. El hombre, errabundo en las inmensas soledades, perdía el sentido de la vida; se le secaba el alma como una avellana; se le mineralizaba la piel, y después el corazón.
Hasta donde alcanzara el poder de los ojos, veíase cielo y tierra, fundidos en el horizonte, en la línea sangrienta del crepúsculo. A esa hora, las piedras candentes del desierto devolvían al espacio las radiaciones diurnas;alargábanse hasta el infinito las sombras de las nopaleras cenicientas, Y el vaquero Juan, adentrándose lentamente en aquellas superficies reverberantes, se aferraba a su canción como una novia. Silbaban ya los vientos, la trompetería de noche y muerte; y el temor a lo desconocido entraba insidioso en las entrañas. Pero el vaquero Juan tenía la mente ocupada. Sin prisa, avanzaba hacia un lugar biensabido. Orientado por la brisa, olfateaba el aire, rastreando un olor espeso de carne muerta.
Se oscurecía el cielo, brotaba lejano y tembloroso el zodíaco, como rocío del espacio. Poco después, avistó una alambrada de límites invisibles; una frontera de acero empolvado en el desierto. El vaquero Juan avanzó hasta ella y se detuvo a pocos metros.
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Cortó en seco su canción y permanecióinmóvil contemplando el alambre de púas. Libre de las riendas, el caballo empezó a escarbar estúpidamente la tierra dura. Y su amo, envuelto en una atmósfera viscosa de putrefacción, sonrió al contar los coyotes. Había doce. Doce coyotes colgados de la cerca. Con las patas en cruz, tiesa la cola, inclinadas las cabezas contra el pecho, pudríanse las bestias en el sol del desierto. Pequeños, de pielrojiza, rezumantes los hocicos de sangre seca y carbonienta, parecían espantapájaros o banderitas al viento. Este, que barría las llanuras, jugaba con los pelillos oxidados de los coyotes; tremolaban, se movían como si estuvieran vivos.
Pero el vaquero Juan tenía manos grandes, callosas, de uña sucia y dedo corto. Sus manos eran las que apretaban la soga áspera, el cuero y el tanino; sus manos eranlas que imprimían el sello de fuego en la piel suave de los ternerillos, y olían después al humo blanco de la carne quemada; sus manos, duras y agrietadas, eran las mismas que martirizaban, año con año, innumerables bestias. De ahí que el hombre adquiriese esa violencia ciega, esa testarudez silenciosa, esa intensidad atávica de los animales de rebaño. Y el vaquero Juan, señero y vagando en lasinmensidades del llano, tenía un mundo tan chico que le cabría en el sombrero. Lo demás, el cielo, la llanura, la soledad, no era más que una interrogante angustiosa y amenazadora.
Ese día había venido de muy lejos para contar sus coyotes. Predadores del ganado menor, que acechaban con sus ojitos de fósforo; fantasmas del sueño, que mecían con su ulular selénico, los coyotes eran los enemigosnaturales de Juan vaquero. Y éste, cazándolos con trampa y rifle, los sacrificaba para ejemplo de los demás. Por eso colgaban los coyotes, prendidos en las púas relucientes del acero; su sangre formaba carámbanos negros en los alambres; y sus sombras, alargadas por la luz violácea de Véspero, dibujaban estrías mortales en el desierto. Pero el vaquero Juan, que hablaba consigo mismo, y sonreía y...
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