Crónica de la venta de plantas

Géneros Periodísticos
Danilo Romero
Comunicación Social
Grupo 2. Cuarto ciclo
Crónica urbana

El zaguán de los montes


Jorge y Yolanda son dos vendedores de montes del mercado 10 de Agosto. Son una pareja de 57 y 59 años y no confían con facilidad en los cuentos de mocosos estudiantes. Mantienen su labor desde hace veinte y seis años, madrugando todos los días para empezar una rutinadiaria, si todo sale según lo que esperan, consumarán sus años con esta misma rutina hasta el final.

Ellos habitan una vivienda sencilla. Quisiera haberla visitado temprano en un día de sol para poder verla iluminada, para no quedarme solo con los matices apagados en cada rincón. Es un mundo sumergido en esta ciudad y parece no implicarse en ella para nada. Para ingresar al interior debíamosatravesar un pintoresco trecho. Un caminito angosto como los de campo, formado por el andar y andar, está contiguo a un taller de estucos ajeno a la vivienda. El trecho se cierne entre maderas y carrizos provenientes del taller. Tras una improvisada puerta que separa el pequeño camino de un patio cerrado, nos espera una eufórica bienvenida: pequeños perros multicolores saltan regocijados, unomueve su inexistente cola, otro me gruñe como reclamando, es reprochado de inmediato.

Al finalizar todo este tramo entramos a la casa por una vieja puerta. Internarme en su hogar fue como descubrir un nido vacío, mustio, olvidado por los años. Los hijos se han marchado ya hace mucho tiempo y la casa está habitada solo por ellos dos. La señora Yolanda enciende una luz amarilla, y se preparapara ofrecerme un café. Yo miro el reloj y finjo sorprenderme, les agradezco con toda mi sinceridad por la apertura.

***

Me dirigí desorientado por los pasadizos del mercado 10 de agosto. Los distintos sectores, –aunque no parezca a simple apreciación– están dispuestos de manera estratégica: en el primer piso que es la zona por la que he ingresado se encuentran diversos puestos de cárnicos,vegetales, frutas y otros productos. Aromas incontables se entremezclan y saturan mi olfato al cruzar: pollo crudo, carne de res; el olor es fuerte y se atraviesa pero no desagrada. Es impresionante como en los mercados no ha cambiado la forma de trajinar comparada con los recuerdos infantiles que se me presentan, de tiempos en los que de la mano de mi padre, caminaba entre cáscaras de arveja yfréjol mientras buscábamos que comprar: la organización, la gente, su sencillez, la enorme variedad de productos sin rastro contaminante, tan subestimados tanto en su costo como en su aprovechamiento.
Aquí los nuevos tiempos no tienen lugar, el brillo de las flamantes baldosas colocadas desde la restauración del 2004 ya se han tornado de un oscuro tono arcilloso. Una escalera eléctrica sin funcionarme hace sonreír, –el vano intento de modernización no puede con la entropía que asalta los bienes públicos–. El único rasgo que me remonta al advenimiento de la era digital es el disparo de un obturador. Es un evento singular: asoma por el lugar y salta a la vista de inmediato: una procesión de gastados seres de pelo blanco, extremidades alargadas como ramas de hueso y pellejo, caras pálidas,casi cadavéricas, miran desde arriba y disparan sus cámaras, como observando una realidad de otro mundo. Para mí la realidad sin precedentes es percatarme como mi imaginación convierte en la tétrica comitiva de la Santa Compaña al desfile de estupefactos extranjeros de la tercera edad que atraviesa por el mercado. Una evocación mental se me presenta y recuerdo la procesión de esqueletos queacompañan a la legendaria Caja Ronca, pero en vez de redoblantes, dichos espectros llevan colgando del cuello equipadas cámaras fotográficas, tan provistas y modernas que parasen encorvarles las espaldas gastadas.

Subo por las estáticas escaleras eléctricas hacia el segundo piso, sé de antemano que allí se encuentra la división asignada para las plantas medicinales. Desorientado le pregunto por...