Crimens Impersectibles
Crímenes imperceptibles
Martínez, Guillermo
Crímenes imperceptibles. — 1° ed. — Buenos Aires : Planeta, 2003. 248 p. ; 23,05 cm.— (Autores españoles e iberoamericanos)
1. Narrativa Argentina I. Título CDD A863
Esta novela recibió el PREMIO PLANETA (Argentina), otorgado por el siguiente jurado:MARCOS AGUINIS
FEDERICO ANDAHAZI
CARMEN POSADAS
MARCELO SERRANO
RICARDO J. SABANES
Diseño de cubierta: Mario Blanco
Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo:
2003, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Independencia 1668, C 1100 ABQ, Buenos Aires.
Impreso en Verlap S.A.Producciones Gráficas, Spurr 653, Avellaneda, en el mes de noviembre de 2003.
1° edición: 15.000 ejemplares
ISBN 950-99-1128-5
Ninguna parte. de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, que sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permisoprevio del editor.
CAPÍTULO 1
Ahora que pasaron los años y todo fue olvidado, ahora que me llegó desde Escocia, en un lacónico mail, la triste noticia de la muerte de Seldom, creo que puedo quebrar la promesa que en todo caso él nunca me pidió y contar la verdad sobre los sucesos que en el verano del '93 llegaron a los diarios ingleses con títulos queoscilaban de lo macabro a lo sensacionalista, pero a los que Seldom y yo siempre nos referimos, quizá por la connotación matemática, simplemente como la serie, o la serie de Oxford. Las muertes ocurrieron todas, en efecto, dentro de los límites de Oxfordshire, durante el comienzo de mi residencia en Inglaterra, y me tocó el privilegio dudoso de ver realmente de cerca la primera.
Yotenía veintidós años, una edad en la que casi todo es todavía disculpable; acababa de graduarme como matemático en la Universidad de Buenos Aires y viajaba a Oxford con una beca para una estadía de un año, con el propósito secreto de inclinarme hacia la Lógica, o por lo menos, de asistir al famoso seminario que dirigía Angus Macintire. La que sería mi directora allí, Emily Bronson, había hecho lospreparativos para mi llegada con una solicitud minuciosa, atenta a todos los detalles. Era profesora y fellow de St. Anne's, pero en los mails que habíamos intercambiado antes del viaje me sugirió que, en vez de alojarme en los cuartos algo inhóspitos del college, quizá yo prefiriera, si el dinero de mi beca lo permitía, alquilar una habitación con baño propio, una pequeña cocina y entradaindependiente en la casa de Mrs. Eagleton, una mujer, según me dijo, muy amable y discreta, la viuda de un antiguo profesor suyo. Hice mis cuentas, como de costumbre, con algún exceso de optimismo y envié un cheque con el pago por adelantado del primer mes, el único requisito que pedía la dueña. Quince días después me encontraba volando sobre el Atlántico en ese estado de incredulidad que desde siemprese apodera de mí ante cada viaje: como en un salto sin red, me parece mucho más probable, e incluso mas económico como hipótesis —la navaja de Ockham, hubiera dicho Seldom—, que un accidente de último momento me devuelva a mi situación anterior, o al fondo del mar, antes de que todo un país y la inmensa maquinaria que supone empezar una nueva vida comparezca finalmente como una mano tendida allíabajo. Y sin embargo, con toda puntualidad, a las nueve de la mañana del día siguiente, el avión horadó tranquilamente la línea de brumas y las verdes colinas de Inglaterra aparecieron con verosimilitud indudable, bajo una luz que de pronto se había atenuado, o debería decir, quizá, degradado, porque esa fue la impresión que tuve: que la luz adquiría ahora, a medida que bajábamos, una cualidad...
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