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Eduardo Sacheri
Para Clara.
Por algunas cosas nuestras.
Budín de naranja
Si hay algo que Sofía odia es que le tengan lástima. Esa miradita de la gente cuando se les
nota que están pensando “Pobre chica, mirá lo que le pasó”. Lo odia. Los odia. Le dan ganas de
decirles, de gritarles, “¡¿Por qué no mirás para otro lado?! ¡Si te doy lástima pensá en otra cosa ylisto!”. Pero no lo hace. Se queda callada o cambia de tema o pregunta algo para distraerlos de esa
compasión que ella no quiere, que no le sirve, que no le interesa.
Ahora mismo, por ejemplo, la señora que tiene sentada al lado, en el micro que va a Buenos
Aires. Se nota que se muere de ganas de sacarle conversación desde que salieron de Villa Gesell.
Pero como Sofía se pasó toda la primera mitaddel viaje con los auriculares puestos, con la cabeza
apoyada en el vidrio y los ojos en la ruta, no le dio mucha opción de ponerse a charlar. Pero las
señoras chusmas no se desaniman así nomás. Insisten. Son pacientes. Recién cuando llevan cuatro
horas de viaje, sentadas a treinta centímetros una al lado de la otra, Sofía contra la ventanilla, la otra
junto al pasillo, la señora se anima apreguntarle por qué viaja sola. No se lo pregunta de frente. No.
Las señoras chusmas, cuando son chusmas profesionales, nunca preguntan de entrada lo que quieren
saber. Dan rodeos. Arrancan con una excusa cualquiera.
El primer error es de Sofía, porque cuando su Ipod se queda sin batería lo guarda en la
mochila junto con los auriculares. Mal hecho. Debería haber fingido que el aparato seguíafuncionando. Pero se distrajo, pensando en que la batería esa dura un suspiro. ¿Son todos así o el
suyo es el único que es una porquería? Da lo mismo, porque la señora chusma ha visto su gesto de
guardar las cosas. Y entonces aprovecha su oportunidad.
Primero comenta algo del aire acondicionado y que tiene frío. Y Sofía, que sabe para dónde
apunta, contesta apenas “Claro, claro” y sigue mirandopor la ventanilla. Pero después la mujer saca
un táper y le ofrece budín de naranja. Sofía duda. Está a punto de negarse, pero la mezcla del olorcito
del budín con el hambre que tiene le hace decirle que sí.
Y mientras mastica y disfruta cómo la masa se le desgrana en la boca (Sofía tiene la teoría de
que, en general, las señoras chusmas cocinan como los dioses, sobre todo cosas dulces),entiende que
el precio del budín es empezar una conversación. Tampoco va a entregar su derrota tan fácil. No,
señor. Por eso, para ponerle las cosas un poco más difíciles, se mantiene mirando por la ventanilla,
haciendo durar todo lo que puede el último bocado de budín. Claro que llega un momento en que es
más saliva que budín, y prefiere tragárselo.
—Y decime, nena… ¿Por qué estás viajando sola?Sofía la mira. De reojo, observa también el táper que la señora mantiene abierto, como una
tentación, casi como un soborno, sobre la falda. Una conversación larga puede significar que le toque
alguna de las tres rodajas de budín de naranja que quedan todavía.
Entonces acepta hablar. Improvisa. Le dice que sus papás están separados, y que ella vive
con su mamá, que es maestra, en Villa Gesell.Pero que todos los años, dos veces al año, viaja a
Buenos Aires a visitar a su papá. En febrero y en vacaciones de invierno. Que su papá es empresario.
Que tiene una fábrica de… ventanas, dice, porque la señora —a la que se nota que le gustan los
pormenores— se lo pregunta de repente y el cuento que Sofía va redactando en su cabeza no había
llegado hasta ahí. Una fábrica de ventanas dealuminio, aclara, porque justo clava los ojos en el
costado del micro y se le ocurre que las supuestas ventanas que supuestamente fabrica su supuesto
papá son de aluminio, como las del ómnibus. Que tiene un hermanito más chico, de cuatro años, que
se llama… Nicolás. Nicolás, se llama su hermanito. Eso es algo que tiene que mejorar. Siempre que
inventa un nombre de hombre el primero que le viene...
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